sábado, 31 de octubre de 2020

DIVINA SOLEDAD

 

   Eran una pareja llena de secretos conyugales y hacían participar a los que los rodeaban. Creaban situaciones incómodas para los comensales, que hacían el último brindis y se marchaban.

   Creo que de ellos aprendí las peores cosas de la pareja. La perversión, la hipocresía y sus comportamientos. Los conocía desde la adolescencia, denostaban a sus hijos por tonterías. Con varios amigos y parientes, tomé las distancias pertinentes. Corté aquellos lazos sin oxígeno. Me llamaban para invitarme a pasear a cualquier lado. Opté por encerrarme en mi casa. No quise compartir con ellos ningún lado.

   Dejé de socializar el día que vendí todo el mobiliario, porque me recordaban lo que fue y ya no era. Compré un somier y un ropero. El Albañil se encargó de achicar todas las ventanas.

   Desconecté el teléfono, regalé mi celular al hijo del Albañil. La compu la llevé enfrente y a los cinco minutos ya no estaba. Elegí olvidar el almanaque hasta ignorar si era sábado o lunes si era Mayo o Septiembre. Aprendí a estar conmigo y a quererme, como nadie me quiso en la vida.

   Dormía a cualquier hora, a veces despertaba por la noche pensando que era de día. Contraté un Abogado para que se ocupara de todo lo que del afuera me disgustara. Mi Sobrina Elizabeth, la más regia, me dejaba regalos en la vereda, los días de fiesta y en mi cumpleaños, descarada.

   Ahora puedo hablar conmigo todo el día, no me digo nada. Arrepentida de mi silencio, me confesé que estoy “sola, sola, sola”, repetía regocijándome con mi soledad. Me abracé a mí misma y fuimos yo y yo, a mirar las flores nuevas

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