—¿En qué estás
pensando?
La peor pregunta
del mundo. Puedo pensar en una idea, en cincuenta, la primera cifra será la
productiva. Aquí frenan las demás. Usás el cráneo, de allí viene lo de cranear.
No le agregues condimentos anteriores, usá caminos diferentes y tomá uno para
no perderte. Elegí por el olor a tostadas. El oído que perciba una música que
huye y una sonrisa, un apenas, no hay que exagerar. Aparece un hombre, mis
cuentos siempre tienen un hombre. Que tus sábanas tengan olor a nada, los
perfumes confunden. Si él desaparece después de un polvo fortuito, te
angustiás, es un lugar común que resucita con un hombre nuevo. Habla despacio,
dice lo que dice y muy de a poco te acaricia los ojos. No le respondas
enseguida, él se dará cuenta que con alguna pretensión, depositás una pashmina
en tu espalda. Y como sin querer, le rozás las manos. Ya sabrás que él tiene la
misma tersura de un pétalo de rosa. Aprovechalo, pondrá sus manos debajo de tu
camisa transparente, que siga. Dejá que haga lo que quiera hasta aquí. Tu
camisa glisada, tratá de parecer una mujer que conoce sus límites. Le pedirás
que se vaya. Se irá respetando tus acciones. Con la yugular latiendo reducirás
su autoestima. Él volverá al día siguiente, te despertará con un café y dos
tostadas. Justo aquel olor que te gustaba. Cuando terminás tu desayuno le das
un beso tranquilo y lo empujás a tu cama. Él se mostrará asombrado, se dará
cuenta que dormís desnuda y te dará un abrazo estrecho, vos devolvele con una
disposición generosa. Cuando escribo un cuento lo corto, prefiero ser breve y
algo perversa también.
Cuando él está
adentro tuyo, cerrá los ojos y no gimas, que es muy ordinario. Él tendrá en sus
manos una cerbatana envenenada, que la clavará en medio de tu pecho. Te vas a
morir casi al final de tu orgasmo. Tu propio final. El mejor.

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