En un asalto
mataron a su Marido. La bala iba para el Vecino. Ernesto estaba y la ligó sin
comerla ni beberla ni notar lo que sucedía.
Ella cayó en un
estado depresivo. Dormía en medio de la cama, igual que un bicho bolita.
Recibió atención psiquiátrica y con medicamentos fuertes, pudo empezar a vivir.
El dolor estaba prendido todavía.
Mabel se fue a
vivir sola. Ahora habita una casa grande. La amenazaban por teléfono, se llenó
de miedo de algo que ignoraba. Adquirió cinco perros, un pit-bull terrier, un
rottweiler, un pastor alemán, un dóberman y un dogo argentino, ese se lo dedicó
a la Patria. Era una mujer patriota, se le notaba.
Ágata recibió un
llamado:
—Hola, habla tu
Tía Mabel, tengo miedo de estar sola. ¿Venís unos días hasta que me acostumbre?
Le contesté:
—En cuatro horas
estoy allá.
No sé por qué me
eligió a mí, de todos sus sobrinos, si yo era la peor de todas, no me daba
bola.
—Te quiero
advertir que tengo cinco perros agresivos, uno de ellos te va a encantar, es
tan bueno que duerme adentro. No hace nada, es un pancito. Los otros los tengo
enjaulados y los suelto por las noches. Si venís de día es lo mejor.
Llegué a las
cinco de la tarde, ni bien entré el espacio se llenó de ladridos amenazantes.
Sus jaulas se movían. Pasé despacio hasta llegar a la casa. Mi Tía Mabel me
esperaba, daba abrazos fuertes y besos hasta en las manos.
—Gracias,
Ágata, antes no me daba cuenta, pero ahora sé que sos la más fuerte.
Hizo mi comida
predilecta: papas fritas con salsa kétchup. Cuando terminó el almuerzo,
apareció el dogo, con una cabeza que le empezaba en la frente y le terminaba en
el hocico, me hizo saludos delicados y se sentó en mi falda con la cabeza
descansando en el brazo.
Cuando me sentí
acalambrada, lo deslicé hasta el suelo, el dogo pasó por arriba de la mesa y
con sus fauces dispuestas, me mordió la carótida.
Miraba cómo
salía mi sangre a borbotones, quedé muda. Mientras, mi Tía Mabel, lavaba y
cantaba en la cocina.

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