jueves, 8 de octubre de 2020

ZONA PROTEGIDA

 

   Sebastián tenía ropa importada de la cabeza a los pies. Él no usaba nada que fuese de aquí. Hasta los calzoncillos eran de marca importada. La camisa blanca nívea se la mandaron de Inglaterra. Llevaba un pantalón estampado con estrellas blancas y unas zapatillas ugly que un amigo le consiguió de una maleta robada en al aeropuerto de Buenos Aires, también impolutas.

   Él se compró un piso dentro de una Zona Protegida. Vivía en el piso 12 y te podías mirar en el suelo como si fuera espejo. Un tipo muy austero, Sebastián, no tenía muebles, sólo algunos almohadones. El vidriado reemplazaba a las paredes. Después de medio año invitó a sus amigos más queridos. Dos fueron de La Plata y el Colorado que vivía en Recoleta, desde que empezó la pandemia no salió de su casa, estaba solo y nadie lo visitaba.

   —Amigos míos, necesito que me abracen todos.

   En aquel abrazo estrecho, lloraron emocionados. Dijo Sebastián que desde su piso podían mirar el Río. Paloma agregó:

   —¡Por fin podemos mirar el horizonte!

   Se tomaron de las manos y admiraron el Río de la Plata.

   El piso estaba rodeado de una pileta angosta con hidromasaje templado. Nadie se tiró a nadar. Todos estaban subyugados por la vista. Los árboles selváticos producían una atmósfera puro oxígeno.

   Por la noche hicieron una fiesta donde tomaron pisco, margaritas, tequila, vodka y fumaron hachís de un narguile con varias mangueras. Cuando no se pudo respirar, salieron al balcón y se apoyaron en la baranda, pusieron la música al taco. Sebastián se depositó en el medio y llegó la sorpresa que nunca hubiera imaginado. Le arrojaron de arriba un balde de pintura roja. Quedó rojo todo su conjunto importado.

   Sebas y sus amigos recorrieron los pisos. En cada uno negaban la autoría del hecho.

   —¿Saben quién tiene la culpa de lo que hicieron? Este Gobierno de mierda, con la Kakoncha y el Alborto. Sentaron mal al presidente y la gente hace lo que ve.

   —Tengo una buena idea. —dijo el Colorado. Tengo en mi mochila diez aerosoles de colores horrorosos. Vamos a pintar todos los pisos.

   Salieron los indignados con Sebastián a la cabeza y mucho sigilo.   Les llenaron las puertas y las paredes con las consignas que hace el odio: “Fuera chorros mafiosos.” “Que devuelvan la guita que se afanaron.” “Que vayan en cana todos estos delincuentes.” Y cuando no se les ocurrió nada más, siguieron pintando: “Son todos putos, mierda tiene que comer, la pura mierda les corresponde”.  Se cansaron de pintar y lo llevaron a Sebastián, lo sumergieron en el hidromasaje con un bidón de lavandina. Quedó blanco y les agradeció el gesto que tuvieron.

   Parecía un ángel cuando se fueron, si no fuera por la cara de custodio.

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