Sebastián tenía
ropa importada de la cabeza a los pies. Él no usaba nada que fuese de aquí.
Hasta los calzoncillos eran de marca importada. La camisa blanca nívea se la
mandaron de Inglaterra. Llevaba un pantalón estampado con estrellas blancas y
unas zapatillas ugly que un amigo le consiguió de una maleta robada en al
aeropuerto de Buenos Aires, también impolutas.
Él se compró un
piso dentro de una Zona Protegida. Vivía en el piso 12 y te podías mirar en el
suelo como si fuera espejo. Un tipo muy austero, Sebastián, no tenía muebles,
sólo algunos almohadones. El vidriado reemplazaba a las paredes. Después de
medio año invitó a sus amigos más queridos. Dos fueron de La Plata y el
Colorado que vivía en Recoleta, desde que empezó la pandemia no salió de su
casa, estaba solo y nadie lo visitaba.
—Amigos míos,
necesito que me abracen todos.
En aquel abrazo
estrecho, lloraron emocionados. Dijo Sebastián que desde su piso podían mirar
el Río. Paloma agregó:
—¡Por fin
podemos mirar el horizonte!
Se tomaron de
las manos y admiraron el Río de la Plata.
El piso estaba
rodeado de una pileta angosta con hidromasaje templado. Nadie se tiró a nadar.
Todos estaban subyugados por la vista. Los árboles selváticos producían una
atmósfera puro oxígeno.
Por la noche
hicieron una fiesta donde tomaron pisco, margaritas, tequila, vodka y fumaron
hachís de un narguile con varias mangueras. Cuando no se pudo respirar,
salieron al balcón y se apoyaron en la baranda, pusieron la música al taco.
Sebastián se depositó en el medio y llegó la sorpresa que nunca hubiera
imaginado. Le arrojaron de arriba un balde de pintura roja. Quedó rojo todo su
conjunto importado.
Sebas y sus
amigos recorrieron los pisos. En cada uno negaban la autoría del hecho.
—¿Saben quién tiene
la culpa de lo que hicieron? Este Gobierno de mierda, con la Kakoncha y el
Alborto. Sentaron mal al presidente y la gente hace lo que ve.
—Tengo una buena
idea. —dijo el Colorado. Tengo en mi mochila diez aerosoles de colores
horrorosos. Vamos a pintar todos los pisos.
Salieron los
indignados con Sebastián a la cabeza y mucho sigilo. Les llenaron las puertas y las paredes con
las consignas que hace el odio: “Fuera chorros mafiosos.” “Que devuelvan la
guita que se afanaron.” “Que vayan en cana todos estos delincuentes.” Y cuando
no se les ocurrió nada más, siguieron pintando: “Son todos putos, mierda tiene
que comer, la pura mierda les corresponde”. Se cansaron de pintar y lo llevaron a
Sebastián, lo sumergieron en el hidromasaje con un bidón de lavandina. Quedó
blanco y les agradeció el gesto que tuvieron.
Parecía un ángel
cuando se fueron, si no fuera por la cara de custodio.

No hay comentarios:
Publicar un comentario