viernes, 30 de octubre de 2020

NO HAY NADIE

 

   Un cubículo estrecho con un ventanuco. Tuve tres compañeros que obtuvieron su libertad. A mí me dejaron en un rincón, había sufrido un estado gripal. Todos perdieron comportamientos humanos, básicos. Parecía un ovillo de lana, cubierto de tierra y excrementos. Dormí el sueño de los 38 grados. Un Guardia, con una libreta, les abrió los barrotes, pasaron tres.

   —Aquí estuvieron cuatro prisioneros, falta uno. Tres o cuatro, en este cubículo olvidado, el Oficial no lo va a notar.

   Cuando logré escuchar que cerraban los barrotes con candado, no pude hablar, tenía las cuerdas vocales invalidadas, por pasar un mes sin tomar agua.

   Cada vez que llovía, los reos asomaban sus manos por el ventanuco y lograban tomar algunas gotas. Yo no alcanzaba, tengo baja estatura y nada de energía. Logré hacer una pila de borceguíes y pude mirar. Desde aquí se ve una lejana franja, “el mar”. Tenía un martillo enganchado en el pantalón. Destruí a golpes el ventanuco, día tras día, hasta que el cansancio me desmayaba. Lo transformé en un ventanal. Cumplí mi sueño. Del cubículo quité los barrotes hasta transformarlo en una cabaña.

   Sentí que mi estómago se estaba comiendo a sí mismo. De la nada salió un campesino, me regaló tres bananas y una botella de agua. Salí caminando despacio hasta la orilla del mar, daba un paso y otro paso y otro paso después.

   En la primer rompiente, fui nadando. El sol me daba en la cabeza y la fiebre no terminaba de subir. Desperté en un cubículo estrecho, con un ventanuco de barrotes oxidados. Pasó el campesino con más bananas y dijo:

   —Qué raro, no hay nadie.

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