domingo, 15 de noviembre de 2020

DÓNDE ESTÁ EL POZO

 

   Todos los veranos íbamos a Chascomús con mis primos. Mis Abuelas vacacionaban allí. Era una casa grande que tenía a María como Casera todo el año. Entrábamos gritando, ella nos recibía siempre con el mismo batón, agrisado por el tiempo. No la besábamos porque tenía lunares con pelo y pinchaban. El mal humor dibujado en su cara sin dientes. Era tan flaca como un hilo. A los chicos nos hacían comer aparte de los grandes. Tenían razón, éramos rebeldes y maleducados.

   El fondo había sido una entrada para coches de caballos. Quedaba un pedazo de tierra apisonada con un largo cordel para la ropa, rodeada de alambre de gallinero. María tenía media docena de pollos y un gallo copetón. Las Abuelas nos pedían que no jugáramos allí. Lo prohibido siempre es una tentación. Mi primo Luis nos hacía pasar por debajo del alambrado. María decía que bajo la tierra había un pozo, sólo ella caminaba por ese lugar, le gustaba asustarnos.

   Saltábamos y nos reíamos hasta que el pozo se abrió. Primero cayeron los más grandes:

   —Bajen, basta de cobardía, no saben lo que se pierden.—Dijo Facu.

   Bajamos todos y el asombro nos sorprendió. Había una casa igual a la de arriba, la recorrimos y llegamos a otra casa. Se escuchaban voces que nos indicaban la presencia de la última casa.

     Nos dio miedo y subimos las escaleras hasta llegar a la superficie, mientras, María tendía la ropa sin darnos ninguna importancia. Volvimos a la casa grande:

   —Vengan chicos que está la comida servida. —Dijeron nuestras Abuelas.

   Tropezábamos unos con otros, había frutillas con crema y tres botellas coca cola. Nos vinieron a buscar mis Padres.

   —Vayan a lavarse las manos.

   Por primera vez les obedecimos.

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