—No le cuenten a
su Madre que salimos a comer con una Señora y ustedes…, me caso de nuevo.
Renuncié a mi trabajo, a comer arroz todos los días, a fumar y a tomar vino.
—Si Mamá se
enoja, enojada, te va a pegar una trompada o un cuchillazo.
—Es que me
gustan las dos, no sé con cuál quedarme.
—Elegí la señora
nueva, está sin estrenar, no como Mamá que está usada por vos y por tus amigos.
Mientras ella hace el arroz, aparece un amigo, se encierran en el dormitorio.
Según Mamá es para charlar. Y los demás hacen lo mismo mientras vos estás en la
oficina. Muchas veces se le quema el arroz. Lo da vuelta y dice: “hoy comemos
tarta de arroz”.
La otra Señora,
tenía una casa pequeña, con una pileta olímpica. Había caviar y palmitos en la
heladera y en el freezer helados de todos los gustos. Nos invitó a vivir con
ellos.
—Para mí es un
hada. —dijo uno de los chicos.
—Para mí es una
pileta olímpica. —dijo otro.
La Madre se fue
a vivir en comunidad con gente hiponga, mucho más jóvenes que ella. Engañó a
todos diciendo que era virgen. Por las noches paseaba los montes y se encargaba
de estrenarlos a todos.
Terminaron
pensando que la mujer era una atorranta encubierta, por el FBI.

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