Lo lamento por
las Tías Abuelas, que murieron hace un tiempo. Me dejaron su casita con dos
dormitorios y un living grande. Había ventanas donde el sol daba media vuelta y
después la vuelta entera. Había jardineras de madera, con geranios y malvones.
Un sauce llorón en el fondo y una hamaca con cadenas. Cuando era chica, las
Tías la instalaron para mí. Quedaba casi en el campo, todo un beneficio, no
tenía vecinos.
Llegué temprano
el primer día y limpié gozosa hasta el último rincón. Fui a dormir sin comer y
desvestirme y con las zapatillas puestas. Dormí en la cama de la Tía Juana, que
tenía olor a violetas y sábanas con almidón. No pasaban autos ni personas.
El silencio de
la noche hacía olvidar el estrépito de las capitales, donde viví mucho tiempo
en un departamento compartido. Me desvelo fácilmente. Desde hace unos instantes
oigo un ruido, pienso que se va a detener, pero no. Recorro las canillas para
ver si alguna pierde, pero no. Me atreví a subir a la bohardilla, estaba
encerado, impecable, como lo dejaron las Tías. No se escuchaban ratas ni
mosquitos silbadores. En un ataque de cobardía volví a la cama. Por la mañana
me desperté con la cara cubierta de aserrín. Abrí la ventana y descubrí la
proveniencia, era un bicho taladro trabajando. Le llené su agujero con veneno
F-100.
La noche
siguiente, algo me hizo abrir los ojos. Desde hace unos instantes oigo un ruido
que me asusta. Y al final eso no es vida. Vuelvo a la mugre de las Capitales,
donde todo hace ruido, si hay uno, no se nota.

No hay comentarios:
Publicar un comentario