lunes, 2 de noviembre de 2020

PERO NO

 

   Lo lamento por las Tías Abuelas, que murieron hace un tiempo. Me dejaron su casita con dos dormitorios y un living grande. Había ventanas donde el sol daba media vuelta y después la vuelta entera. Había jardineras de madera, con geranios y malvones. Un sauce llorón en el fondo y una hamaca con cadenas. Cuando era chica, las Tías la instalaron para mí. Quedaba casi en el campo, todo un beneficio, no tenía vecinos.

   Llegué temprano el primer día y limpié gozosa hasta el último rincón. Fui a dormir sin comer y desvestirme y con las zapatillas puestas. Dormí en la cama de la Tía Juana, que tenía olor a violetas y sábanas con almidón. No pasaban autos ni personas.

   El silencio de la noche hacía olvidar el estrépito de las capitales, donde viví mucho tiempo en un departamento compartido. Me desvelo fácilmente. Desde hace unos instantes oigo un ruido, pienso que se va a detener, pero no. Recorro las canillas para ver si alguna pierde, pero no. Me atreví a subir a la bohardilla, estaba encerado, impecable, como lo dejaron las Tías. No se escuchaban ratas ni mosquitos silbadores. En un ataque de cobardía volví a la cama. Por la mañana me desperté con la cara cubierta de aserrín. Abrí la ventana y descubrí la proveniencia, era un bicho taladro trabajando. Le llené su agujero con veneno F-100.

   La noche siguiente, algo me hizo abrir los ojos. Desde hace unos instantes oigo un ruido que me asusta. Y al final eso no es vida. Vuelvo a la mugre de las Capitales, donde todo hace ruido, si hay uno, no se nota.

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