—¡Está buenísimo!
Las chicas miraron: —¡Rebueno! ¿Cómo no nos
avisaste antes, boluda?
—Les avisamos, pero ustedes estaban con los
celulares. Se hablan todo, boluda.
Sentado en un rincón, tomaba una gaseosa.
Miraba la noche con ojos perdidos, escuchaba las voces estridentes de las
chicas. Le tapaban los sonidos de las hojas, del árbol de la Terraza, que para
él era una fiesta.
—Seguro que va a una fiesta, traje y corbata,
mm…
Las otras le dieron a las zapatillas y se
reían del estampado de la corbata. Ningún color pegaba con nada.
—Coty, vos que sos cara de piedra, ¿por qué
no lo invitás?
No esperó que la otra terminara la frase, se
puso voz de esófago enfermo: —Hola, te invito a nuestra mesa.
Él contestó áspero: —Disculpá mi sinceridad,
pero voces tan altas me roban el silencio de la noche. Si querés sentate
conmigo y contame algo de risa.
Toti le contó el chiste del sapo, sólo dijo:
“pobre sapo”.
—¿Qué hora tenés?
—No tengo.
—Me tengo que ir, gracias por tu breve
compañía.
Dejó sobre la mesa el dinero bien prolijo,
con una propina asombrosa. Se levantó de la silla, tomó el bastón plegable, del
bolsillo, lo desplegó, era blanco fluo . Cruzó
la avenida por la senda peatonal y saltó al cordón rozando la vereda.
Las chicas, colgadas del balcón, lo
siguieron con los ojos.
Coty dijo: —Aunque sea ciego, me gusta un
montón, yo lo sigo a donde vaya, me inspira respeto y admiración, si llega a
algún lado oscurito, le como la boca.
Coty hizo una media luna y fue tras él.

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