Padre, me
presentó al viejo como un objeto “Vale tanto”. Respetuoso pidió mi mano y Padre
contestó “Sí”. Lo salvó de las pérdidas totales en Montevideo. No lo vi más.
Usé los venenos
salvados del incendio y le acercaba mates con pocas gotitas cada vez. Una
mañana, el viejo no despertó. Como era tan anciano, a nadie se le cruzó que su
esposa fuese autora de su muerte, siendo tan joven.
Hice un viaje
por el mundo con Virginia, a ella no quise contarle del viejo. Sólo sabía la
imposición de mi Padre y cerramos la historia, como si nunca hubiera existido.
Pasábamos un tiempo en cada sitio que visitábamos. Vivíamos como lugareñas y
descubríamos que los sitios producían cambios en nuestra amistad. A Virginia le
daba paranoia quedarse conmigo en soledad. Yo salía de diferentes casas y la
dejaba encerrada con cuatro llaves, era mi amiga, si se iba ella yo no volvería
a Buenos Aires. Se llevaría secretos de mi vida, como cuando vio mi cortaplumas
penetrando la espalda de un hombrecito desagradable. Mostró una cara impasible
y me tomó del brazo, corrimos una cuadra, doblamos tres a la derecha,
nuevamente dos a la izquierda. Llegamos a la casa, Virginia me dijo que
caminamos la forma de una esvástica. Pasaban tantas cosas que olvidé a mi Padre,
al anciano y las ciudades que recorrimos. Tenía confusiones permanentes. Cuando
conocí al jardinero afable y le arrojé la viga de hierro en la cabeza. Allá
quedó Virginia, mirando de lejos. Sin asombro, acostumbrada.
—Mentís tanto en
lo que escribís, tu papá murió unos días antes que nacieras.
Me miente, tiene
envidia porque soy capaz de olvidar cosas entrañables. Espía lo escrito ese día
y al siguiente dice que necesito diván, que nunca viajamos juntas, ni un
anciano pidió mi mano.
—Te olvidaste
del horror que te da matar una mosca y decís por escrito y convencida, que sos
una asesina múltiple, en tiempos y lugares que no existen.
Virginia
interroga: —¿Dónde vivís?
Ella pensó y le
dio bronca no saber: —En cualquier lado, estoy tan sumergida en lo que hago…
Virginia, sin
respeto me tiró de las orejas: —En mi casa vivís, sos huérfana, hace treinta
años. Para vos, olvidar es una respiración.
Me la hace
difícil, seguro que me pasó de todo, las cicatrices espantosas de mi cuello,
tres uñas que no tengo, las quemaduras en la panza, hasta el fin de más abajo.
Virginia es mala, perversa, yo trato de no volver y ella quiere que le cuente,
me tira abajo lo que construyo, después del suspenso de un odio que olvidé y
puedo hacer esto con mi Alzheimer inventado, olvidar hasta salir de compras en
bombacha. Vino un policía por alteración del orden, me quiso llevar, me dieron
unas convulsiones imparables. Después preguntaron qué pasó: —Nada, tengo
catorce años y me olvido de todo, como los adolescentes.

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