Se casaron y la
luna de miel recaló en Ibiza. Eran los primeros tiempos del ácido silégico,
hicieron una fogata con amigos, tomaron un ácido silégico cada uno.
Carmen, la que
casó, fue llevada por Humberto a dar una vueltita en moto. El marido alucinó
que una invasión de platos voladores los atacaban. Coincidió que fue una
seguidilla de estrellas fugaces.
Al amanecer
llegó la que tenía marido y el mejor amigo del marido. El aspecto de ambos era
el de haber jugado una batalla campal, a él le faltaba una ojota y ella perdió
una tira del corpiño. Caminaba con una teta afuera, que tapaba con sus bucles.
Se fueron a
Villegas, donde el padre de Checho tenía un campo grande. Carmen, al tercer día
resucitó de entre su aburrimiento y decidió vivir en La Plata. Dos semanas en
Villegas, dos semanas en La Plata. Los viejos de la Carmen, se tomaron el
buque, eran comunistas, los acompañó una amiga del mismo palo que los viejos,
en tiempos de la represión. Dejó dos hijas en La Plata, que la Carmen debía
controlar una vez a la semana.
Una quincena de
verano las llevó al campo, eran púberes, hablaban todo el tiempo, se habían
instalado en su depto. Y Carmen llegó al odio, a ella no le costaba nada ese
camino.
Checho, chocho
con la llegada de las pendejitas, mientras su mujer cabalgaba hasta el pueblo,
él se bañaba en el tanque australiano, junto con las chicas, jugaban al “guarda
que te agarro”, ellas se hicieron adictas al juego. Se quedaron otra quincena,
que no daba para el agua. Era pródigo en invenciones, Checho, entre los maíces
altos y sin ruta, dio cabida a las escondidas. Carmen ni miraba. Suspendió las
cabalgatas al pueblo. Ahora visitaba de sol a sol, el campo lindero, cuyo
Administrador le daba clases de insectos. Siempre le interesó a Carmen la vida
de los insectos, se sentiría identificada.
Ocurrió lo
obvio, tanto “te agarré” y “sigamos jugando a guarda que te agarro”, ambas
chicas quedaron pregnant. Carmen recibió el llanto de las niñas ninfómanas y
les hizo practicar los legrados correspondientes, epilogando con: —Si le
cuentan algo a su madre, las deporto.
Las mandó a
vivir a lo de la abuela nonagenaria, que las recibió chocha a las chicas, como
Chacho, chocho, al dejarlas.
Carmen se
instaló en el campo de Villegas, dejó a su marido extrañado. Se lo dijo una
noche de verano: —¿Sabés que esperamos un bebé?
Él le besó la
panza y con vos de mentira, contestó: —Qué buena idea, te felicito, no tendrá
mis genes, pero al menos el nombre, lo elijo yo.

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