lunes, 18 de junio de 2018

JUAN LUZ



   Éramos un grupo pedagógico, adolescente, haciendo una experiencia con alumnos de último grado. Viajar a San Salvador de Jujuy, recorrer la Quebrada y retornar al límite con Bolivia. Tuvimos reuniones de intercambio, los adultos encargados de las actividades a realizar con los chicos. 
   Conocía a algunos de la misma escuela. Teníamos calificaciones altas de orden práctico. A mí me gustaba que los chicos se divirtieran, la escuela pertenecía a una zona donde las carencias eran implotantes. 
   En las reuniones me atrajo uno, con voz de mando, pelilargo inquieto, ojos cargados de celeste y párpados semientornados. Lo reconocía cuando venía en su bici, porque tenía un sólo equipo de jogging y zapatillas: “qué me importa”. Yo sin darme cuenta lo miraba con insistencia y me sentaba a su lado, trabajaba a su lado, planificaba a su lado y cuando me advertía, le asaltaba una alegría, que mostraba deshaciendo mi rodete que imitaba al de Evita. —Suelto me gusta más.
   Él también era Evitista y con timidez decía que había que imitarle otras cosas, no el rodete. Acampábamos en lugares protegidos. Las carpas eran un préstamo del Ejército. Hubo un día que llovió y otro y otro. Juan se había llevado su propia carpa, decía que las de milico, tenían olor a mierda y sangre. Salí de la mía a fumar un pucho, él me vio y me invitó a su casa, así la llamaba, era una carpa inteligente, con un tatame alto, que no pesaba nada, mantas de pluma de ganso, una mesa enana para tomar mate y jugar al ajedrez. 
   Me ganó siempre, después empecé yo, me di cuenta que Juan me dejaba ganar al notar mi cansancio y esfuerzo sin resultados.
   Yo estaba medio dormida cuando me quitó las zapatillas y desprendió mi cinturón, que no me dejaba respirar, lo hacía para que Juan viera que tenía una muy buena cintura. Cuando empezó con el cinto me desperté. Habló en secreto, porque los sonidos de carpa a carpa, se escuchan: —¿Hoy dormís conmigo?
   Me dio una remera larga y nos metimos entre mantas. Juan apagó el farolito. Yo tuve insomnio. Cuando se pone todo negro, no concilio el sueño.
   —Acá se acerca tu ángel guardián, te hace masajes en la espalda y con las mismas manos, llega a tus piernas.
   Yo escuchaba su voz ronca y sus caricias terapéuticas, aún con la atmósfera negra. Era mi primera vez y la primera vez de Juan. Disfrutamos juntos, tanto que produjimos luz en plena oscuridad. Las noches restantes escapaba de mi carpa y Juan me esperaba, para conocer los milagros que se suman, cuando la luz no existe.
   A Juan lo mataron años después, en una redada de milicos de mierda, tiempos oscuros donde la memoria recuerda hasta siempre.

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