sábado, 30 de junio de 2018

DÍA DE FURIA



   Escribí, leí y aparecieron nuevos mundos, son las cinco, me levanto a las diez y no soporto que me dirija la palabra, menos si interroga y debo contestar: —Hay que ir al Cagarca, se necesita manteca, queso de rallar y frutas, agua y…
   —Bueno, anotá, yo no retengo de palabra.
   Y lo veo haciendo tres saludos al sol, fumando un pucho, controlando si el auto se encuentra bien de salud. En ese espacio yo desayuné, me di una ducha, me cepillé las vigas, ventilé las camas, preparé sus llaves, celular, encendedor y espero que el tipo concluya su toilette.
   Llegamos al Cagarca, saco el carro, dormida, con la listita confeccionada por mí misma, digo: 
—Buenos días. -Al aire, nadie contesta-.
    Le doy el carro a él y me dice: —Pongo dos de agua y dos de mocoretá.
   —No es necesario, todavía tenemos.
   —Ah, qué mujer estúpida! No tenemos, apurate, bola de sebo, si no hay que sacar número en los quesos.
   —Sos un hijo de puta, el queso saca granos, el de rallar, el mafioso éste no lo deja estacionar. Bueno, si tenés cinco viejas antes que vos, jodete. Yo voy a la góndola de los capuchinos.
   Observo que el mafioso puso bolsitas (la mitad es aire). Busco atrás y frascos no hay, mientras tanto, bolsa que corro, se caen tres al piso. Una vieja con su hija cara de Cagada Familia, mientras yo acomodo las veinte bolsitas que tiré al piso, se ríe de mí, no conmigo, de mí. Así comienzo a ampliar mi círculo de amistades: —¿De qué carajo te reís, boluda?
   Doblo en otra góndola, compro pan con semillas inexistentes y le digo a la empleada: —Ché éstos antes tenían semillas y eran redonditos y cocidos. ¿No les anda el horno?
   Y la clásica respuesta: —Yo no soy la responsable, Sra, vienen así.
   No encuentro mi partenaire y le grito: —¡Traé el carro, coño!
   Con el papel higiénico me doy cuenta que limpiarse el culo está carísimo. Y los rollos de cocina, que vienen cada vez más finitos, es un gasto al pedo. Se mete todo en el secador. Pero me acostumbré, porque es útil, usar de servilleta en las comidas, o un moco que está al caer.
   Viene él: —No, ése no, idiota, no entra.
   —Bueno, boludo, buscalos vos.
   La gente debe mirar y escuchar, pero para mí no existen y la bronca y el odio de los insultos, tienen el beneficio que ningún bípedo se acerca a saludar y hablar boludeces. Y así, hasta que llegamos a la caja, todos se compraron todo y charlan y joden y empujan y no piden perdón. Le digo a mi partenaire: —Vamos a ésta que tiene menos.
   —No me jodas la puta que te parió, yo busco un vinito, hoy es viernes.
  Mentira! Si hubiese sido un martes, o miércoles, o jueves, lleva uno para festejar alguna huevada. Llegamos a casa no sin un diálogo civilizado: 
—Dejame poner las cosas a mí, la concha de tu madre, vos no sabés. -Me dice el granuja-.
   Dentro del auto: —¿Dónde están mis llaves?
   —Las tenés vos.
   —No, las tenés vos.
   —No, te vi, las tenés vos.
   Y así nos seguimos insultando. Está el almuerzo, no como, paramos para dormir una siestonga, tampoco me gusta que me hable cuando tomo el té. Me lavo la cara y me pongo a escribir, no se me ocurre nada, tengo el reservorio repleto de porquerías. Subo compu, cables, anteojos y lo llamo para elegir una película. Un desastre netflix y el rey de fuera de foco: you tube. La película, una mérde total. Apagamos, comemos frutas, gelatinas, capuchinos y mis pastillas para dormir. Voy al dormitorio golpeando todas las puertas y rebuznando. Antes subo un cuento, todos los días a las cero horas y después miro las estaradísticas. Nos vamos a dormir.
   Dormimos con las manos agarraditas, aunque haya sido un día de furia. Siempre el amor, es más fuerte.  

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