miércoles, 20 de junio de 2018

TACONEANDO



   —Escuchá este tango, pero no con los oídos, con el alma, aunque esta música no te va…, sos tan joven.
   Babá se acordó de su abuela, ojos almendrados, celestes y pícaros. De joven se casó con un policía, año 1920, que le gustaba la milonga más que los asados. Antes de salir para el bailongo, aspiraban cocaína sin decir nada, ni entre ellos ni a nadie, era rica de antes. Bailaban hasta pasada la madrugada. Quedó viuda a los sesenta. Su hijo, nuera y nietos, vivían en la parte inferior que tenía tantos ruidos como años, anunciando su derrumbe. Había un mueble que era biblioteca, con tierra, papeles, carpetas, libros en todos los idiomas, en la parte superior un águila gubeada por alguien paciente. Tenía alas abiertas que no se sabía si eran una protección o una amenaza. Tita decía: —Ambas cosas, pero tiene seis metros de alto el escritorio.
   Nadie pudo llegar a lustrar su techo, mi nuera trató una vez, pero se le quebró una pierna. De su boca salieron sapos y culebras, después decía: —Disculpe, Suegra, disculpe que sea tan mal hablada.-Y le besaba las manos-.
   La abuela vivía arriba y a los setenta y cuatro se casó con un viejo, dueño de la deferencia de los hombres solos y amante del tango. Admiraba a Tita, que usaba rímel en sus pestañas arqueadas, le daban marco a sus ojos oblicuos más celestes que el cielo. Su nuera le hacía la ropa, viajaba a Bs As, para copiar modelos, era una costurera excepcional, vestía a toda la familia.
   Por las noches, los tortolitos nóveles, como les decía su nieta, bailaban el tango haciendo un ruido infernal, en el piso de madera. Tuvieron miedo que se cayera. Taconeando antigüedades, con la música alta y sin descanso. Babá me preguntó: —¿Esos elongues, no serán por tomar merca?
   Yo le decía: —Una pareja tan añosa, estarían muertos si lo hicieran, ¿sabés qué me parece?, le dan a licorcitos de muchos colores y se los ve tan apasionados que de allí saldrían sus energías.
   Para su primer aniversario, les regalamos un disco de Piazzola. Escucharon con ojos cerrados. El marido de Tita, la convidó con un vasito de ginebra. —Esto bien merecen los estrenos, vamos Tita, bailemos esta música rara, nueva e insolente.
   Una mañana bajó la abuela con un pañuelito de puntillas: —Ay, Babá querida, dejó de latir sin avisarme nada. Sino lo acompañaba. No ha de faltar mucho para que yo le haga el gancho y él me acepte con la deferencia de los hombres solos…

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