lunes, 25 de junio de 2018

FUE LA DECISIÓN


   —Ya revisamos todo, no hay ninguna libre, en muchas viven hasta tres familias.
   Nico miró hacia abajo, los autos circulaban, los edificios y las casas, igual que antes.           
   —Sigamos por el costado del alambrado, la casa está abandonada y rodeada de eucaliptus. –Dijo Santos-.
   Cómo se acostumbra uno, hace cuatro meses que los dejaron en la calle, les sacaron todo a la vereda. Ellos tuvieron que prestar declaración, a las dos horas volvieron y no quedaba nada, hasta el cusquito negro se llevaron.
   —Queda lejos, siendo jóvenes podemos arreglarla y vivir ahí.-Dijo Nico, con esa voz de viejo sabio que se le ponía-.
   Tuvieron suerte, tapera no estaba, Romerito era constructor y Santos, arquitecto. La estructura firme, los vidrios enteros!, puertas y ventanas oxidadas pero funcionaban. Nico daba órdenes y los otros, para que no hubiera fricciones, buscaban los canutos de pintura y cemento que ocultaban a 2 km más abajo. El mismo día empezaron y a la semana estaba terminado. Algún detalle, como zócalos, canillas o goznes, los conseguían las chicas que todavía ocupaban la pensión del pueblo. Los novios sabían que limpiaban casas, pero así no ahorraban nada. Hacían de putas, buscando hombres grandes y respetuosos. Ellas ponían las tarifas y juntaron más que fregando pisos.
   La decisión que tomaron fue un tácito secreto. Nunca hablaron del asunto. Juntaron buen dinero, un viejo octogenario les regaló una camioneta casi nueva. La cargaron con elementos de trabajo y provisiones. Partieron a la casa, sabiendo que sus novios trabajaban de peones golondrinas. Se reunieron los seis, una noche de verano. Festejaron con champagne estacionado, del abuelo de Nico. Las chicas prepararon empanadas.
   Al día siguiente comenzaron las refacciones de la casa y el huerto del que provendrían sus alimentos. Romerito tomó una foto de todos, con el fondo de la casa y corriendo llegó justo al click. Le hicieron un revelado casero y lo ensartaron en un marco que encontraron en el fondo de la casa. Los seis habían estudiado y terminado sus carreras. Les daba risa dónde habían ido a parar.
   Sucedieron años, hubo trifulcas y alegrías. Tuvieron hijos que un día partieron, como hacen los jóvenes, en busca de vaya a saber qué horizonte. Cincuenta años después, Santos Junior en su auto nuevo, recorrió el lugar hasta encontrar la casa, estaba tapera. Empujó la puerta del living, no había nada, sólo un sol que rasaba la foto aquella, de las tres familias. Todos tenían caras de felicidad recién nacida.  

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