—Era necesario
que ganara Argentina este Mundial, hasta para los que no les interesa el
fútbol, un regalo gratis para tanta amargura atragantada.
Estaba toda la
barra en la casa de Remigio, que peleaba al Batu.
—Siempre fuimos
campeones, a vos porque te gusta tirar pálidas y no tenés un rinconcito de tu
cerebro, para darte cuenta que el Mundial, o el fútbol sin Mundial, es lo único
que nos une.
Se puso en copas
Horacio, que era prudente, pero disfrutaba cantando la justa: —Porque no es lo
mismo una alegría familiar, un nieto que nació, un hijo que crece en su
carrera, un divorcio que mejor, unas vacaciones austeras sin nadie que te joda.
Que se callen la boca por unos días…no sé, cuando me pongo larguero, nadie dice
pará loco.
Batu lo miró
entornando el ojo ganador: —Sabés que a la barra no le gusta decirle al sabio,
que la falacia le inundó el discurso y sin propósito, todos empezamos a
putearte, a vos y después entre nosotros.
Remigio, que era
católico hasta las pelotas, las de fútbol incluidas, le pegó con el puño a la
mesa, que ya era renga. Rompió tres copas, se puso violeta: —Tengo pus en los
oídos de tanto escuchar teoría y solfeo, del equipo argentino, que andaban
despacio y transpiraban por drogones, o no les pasaron la guita esperada. Y
nadie defiende que transpirar la camiseta es un orgullo, trataron y no
pudieron.
Horacio le
agarró la musculosa: —Así que para vos, perdimos a propósito y los croatas son
eximios atletas.
Se calentó Remi:
—Sacame la mano engrasada de mi ropa o te pego una trompada que te parto,
jetón.
Y la barra se
plegó a levantar el paro y se cagaron a trompadas. Ante este espectáculo,
debemos reconocer que el argentino es un pueblo civilizado y respetuoso.

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