Los ladridos
agudos vienen de ahí: Mateo delira con frecuencia, inventa, imagina, miente. Lo
acompañé porque los ladridos eran ciertos. La casa no tiene paredes, un ángulo
derruido y un techo oxidado. No sé cómo se sostiene, los dueños viven al lado. —Eso
tampoco me lo creés, forraron la casa de piedras de cantera, hicieron una
terraza y tienen ventanas de vidrios blindados.¡Mirá! Se ve todo, no seas
cobarde, Rocho.
Que me diga lo
que quiera, yo, espiar no. Va fangulo, espío. Hay dos viejos con batas chinas,
sale olor a perfume, todo brilla, caminan descalzos. Se están fumando un porro,
del bueno, porque se cagan de risa. Le cuento a Mateo, me dice: —El perrito es
de marca, esos que les dicen huesito de pollo pero más grande. La vieja no lo
deja entrar, lo atan a la casa derrumbada, sin techo ni nada, protesta porque
dice que le ensucia los pisos.
—Tenés razón,
Mateo, no siempre inventás.
Dice Rocho: —Tengo
una idea práctica, esta noche le traemos carne cortadita y lo desatamos.
Le pareció cool.
Cuando los viejos apagaron la última luz, le llevamos la carne, temblaba de
frio cuando terminó de comer. Rocho dijo: —Che, lo envuelvo en mi campera,
estos viejos son asesinos, me lo llevo a casa y en dos días lo traemos. Si los
viejos no lo buscan, devolvemos el perrito.
Nos hicimos
amigos, dos días de amor para el animalito, dormía con alguno de nosotros y le
compramos el mejor alimento. Una madrugada lo llevamos, lo dejamos atado con un
poco más de soga. Lloraba, quería volver con nosotros. No somos de afanar. Escuchamos:
—¡Mirá vieja! El perro volvió y se ató solo, son inteligentes estos bichos, no
me digás.
La vieja le
contestó algo de los pisos y que ni se le ocurriera… La mañana siguiente
pasamos, rumbo al colegio. El perrito colgaba del árbol de la casa, murió
ahorcado. El tronco tenía un cartel escrito: “No deje animales en esta casa, o lo matamos a Ud, el animalito no tiene
la culpa, pero jode.”

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