lunes, 28 de febrero de 2022

DESTINOS LEJANOS

 

   Rulo tenía como cuarenta y tres y vivía con sus padres.

   Cuando comprendieron que no se iría nunca, le construyeron un bulín en el fondo. Él trabajaba para Gobierno, es algo que nunca digirió. Lo usaban como ordenador manual.

   —Rulo, de la página veinte a la setenta, de esta pila, los quita y los quema, el resto queda encarpetado.

   Sentía que sus jefes no eran dignos. Hacía horas extras, no tomaba ningún franco y laburaba en vacaciones.

   Ahorró hasta comprar un Unicooper descapotable, el auto más caro del mercado. Olvidaba como niño, en un negocio de tragos mejicanos tomaba margaritas con sombreritos masticables, hasta ver al barman multiplicado por ocho. Salió confundido en tiempo y espacio. Comenzó a manejar y daba vueltas en redondo una y otra vez. El viento en la cara, los árboles, las pérgolas glicinadas, los bancos enamorados. La única Plaza donde la Policía, ante el exceso de velocidad, sacaba un aparato para medir alcohol en sangre. Lo pararon, uno le pidió los papeles y los otros rodeaban el auto con admiración y respeto (por el auto).

   —¿Sabe General? Me los dejé en lo de alguien, pero no se preocupe que mañana aparecen.

   Le hicieron el dosaje y había tomado tanto que el aparato medidor llegó a la cima y reventó. Subió a un patrullero mientras el General manejaba el Unicooper. Se escuchaba cada vez que los pasaba:

   —No saben lo que es esto ¡Miren la capota!, todo es digital.

   Rulo pensaba que si el General le rompía el Unicooper, lo denunciaba al O.Í.M.E., Dieron una vuelta cada uno y lo llevaron a su casa. Lo dejaron tirado en el jardín, con el auto al lado. Rulo despertó por la lengua de su perro y los hocicazos afectivos inmundos.

   Recibió una citación policial, judicial y financiera. La madre salió con un café y un triángulo de pasta flora.

   —Hijo, después del desayuno, pienso que es conveniente que te vayas, no es necesario que vuelvas, nosotros te queremos igual.

   Subió al Unicooper, bajó la capota y salió a mil. Sin querer tocó un botón y empezó a volar, aterrizó en un lugar preciso, él no supo bien dónde, pero había más de tres manzanas de boliches con margaritas de diferentes colores. Con ese auto jamás le pidieron documentación y hasta en los desfiles militares se abrían para dejarlo pasar, luego le hacían la venia. 

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