Quería ser jefe
de Estado y acá estoy, elegida en democracia y demos gracias, son chorros.
No les quedó
otro camino, o ellos o yo. Tengo un equipo inteligente y audaz, la ayuda es
mutua. Antes de asumir quise limpiar los tres poderes.
Dura tarea,
estaban petrificados en sus lugares, los sacamos de prepo, sin prepotencia, las
pruebas eran irrefutables.
—Muy bueno lo
tuyo, Dra Carnesoja.
Le agradecí, es
mi mano derecha y un excelente estratega. Tengo privilegios que rechazo. Viajo
a dedo, al lugar que sea, de paso conozco la gente y su hambre, sus desdichas.
—No hay trabajo,
Jefa, si ustedes no mueven seguiremos varados.
No sé qué cara
puse, pero terminó él por consolarme a mí.
—Hay que tener esperanzas, Jefa, mire lo que
hay y lo que no hay, hay que hacer
balance.
Llamé a Toro, mi
mano derecha. Lo invité a departir en casa. Ninguno de nosotros tenía custodia,
era más confiable.
—Carnesoja, no
hay que olvidar que nos robaron todo, tenemos agujeros oxidados y se agrandan.
Toro la miraba
partir, en el Di Tella que heredó de su padre.
En una reunión
con la Jefa, decidieron los vuelos de corruptos, se prepararon enormes redes
donde amontonaron los latrocidas. Largaron las redes en las inmediaciones de
las Seychelles. Se usaron aviones de los setenta. La Jefa, por cuenta propia,
expropió campos, countrys, palacios de gente que vivía en Europa y todo lo que
pudo en sólo 24 hs. Su equipo apoyó a la Sra Carnesoja. Algunas necesidades se
cubrieron, pero la manta no alcanzó.
—Toro, vos que
sos visionario, ¿pensás que esto cambiará?
Él miró el cielo
y como un poeta dijo:
—NO.

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