martes, 29 de marzo de 2022

ELLA

 

   Salgo muerto, quiero esa mesa, un café con una medialuna. Si está ocupada la espero, no importa cuánto.

   O ésa o nada. Hay un balcón en un edificio antiguo, justo enfrente y una vieja de pelo entrecano, tiene una vincha de plástico rosa chicle, un batón azul mareado, un brazo laxo y otro descansando en la balaustrada. Los ojos son grandes, acá es lejos y los veo grandes. Si le da el sol y es invierno los entorna como los gatos.

   Se me enfría el café, ejerce una hipnosis, está conforme, con un rictus joven en la boca, ese rayo que la enceguece y ella que lo disfruta.

   Al balcón le faltan pedazos, me da vértigo. Cuando descubre que la espío se asoma más y frunce los ojos con intriga. Ella es una mujer pobre y la pieza debe pertenecer al edificio hecho conventillo. Ella debe estar enferma y el médico le aconsejó tomar sol. No puedo dejar de ir, de lunes a viernes, aunque salga muerto.

   El café siempre lo dejo, igual, me hace mal. Cuando miro el balcón y la mujer olvida el mundo con los ojos entornados y la sonrisa escondida, a mí se me van las ganas de comer la medialuna. Hace diez años, el mozo me conoce, ni pregunta, me ve y trae un café y una medialuna. Es un mozo sin asombro, anónimo, sigiloso y prudente.

   Yo sé quién es ella, no voy a cruzar ni tocar el timbre.

   La quiero así en mi memoria y en los días que le queden. El ángulo del sol, la mesa, el café y la medialuna son el viaje para estar un rato con ella, que no sabe quién soy. Fui criado por mi tía Pilar, antes de morir, entre delirios hablados, me apretaba las manos y relataba de su hermana que fugó y del hijo que le dejó, contó detalles. Echó tanta luz sobre lo negro, casi me ciega.

   Ahora yo también soy viejo.

   ¿Qué me puede decir? ¿Qué le puedo decir?

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