Mi padre poco
hablaba del abuelo y cuando lo hacía era en algún puerto, mirando barcos y
diciendo que navegar el Río de La Plata, hacía muy feliz a su padre. Mi madre,
aseguraba que su suegro, era lo mejor y más bueno, de la familia de papá. Y
cuando el abuelo partió, vió llorar por primera vez a un hombre, mi padre. Esa
fue toda la información oral, que obtuve sobre el abuelo.
En su
escritorio, donde los libros forraban las paredes, de piso a techo y de lado a
lado, menos la ventana y la puerta, un sillón cómodo y mullido, servía para
esconderme de la siesta obligada y leer, casi sin entender, lo que mi abuelo
leyó. Recuerdo un libro de filosofía, de un tal Schopenhauer, mi abuelo tenía
subrayado “…las mujeres son como las vacas, sólo sirven para dar leche…”
Yo quería saber
porqué alguien considerado un excepcional, era rodeado de tanto silencio. Quise
saber quién era y porqué lo que leía él, era triste, las fotos que tomaba
tenían melancolía. Mi padre y su hermano, siempre con trajes marineros, en
barcos varados, a veces aparece una sombra larga, en las fotos. Es mi abuelo.
Todas tenían su sombra. Estaba quebrado económicamente y deprimido para
siempre.
Los días del
abuelo José Felipe, eran un culto a la depresión permanente. Y empiezan las
preguntas sin respuesta ¿Quería a mi abuela? ¿Por qué, viajaba tanto? ¿Quiénes
eran los amigos, que reían tanto y él
no, en la cubierta del Vapor de La Carrera? ¿Por qué discutió con mi padre el
día anterior?
Tuve testigos
vivos, que no contaron. Y me armé un collage con lo que pude. Los testigos
murieron y me dejaron hilachas de José Felipe. Me da bronca cuando se formula
que la depresión no es genética. Todos los descendientes, fuimos
maníaco-depresivos, por tres generaciones. En esta última caterva de familia,
nos salvan el psicoanálisis y los chalecos químicos.
Tres suicidios
por generación.
¿No es mucho?

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