jueves, 31 de marzo de 2022

GUARDA LA MOSCA

 

   El destino no importaba, la idea era viajar a dedo hacia el Norte. Usamos una brújula que brujuleaba sin errores.

   Nos llevaba un auto y a los diez minutos apareció una camioneta. Ésa portaba frutos moscosos, íbamos en la cabina. El conductor pidió que cerráramos bien las ventanas. Si llegaba a entrar una con vitalidad nos volvería locos. Y si estaba mormosa descansaría en algún borde molesto de la cara, orejas, o pestañas.

   —Yo estoy acostumbrado, las vitales las combato con el matafuegos y las mormosas las reviento con la mano donde se pongan.

   Yo tenía ganas de mear o ambas cosas, estábamos en el medio de algo parecido a un desierto. Le pedimos que nos dejara allí. La única construcción era un baño semiderruído, tenía techo, paredes y dos entradas que decían Damas y Caballeros.

   —¿Vas a tardar mucho, Negra?, te espero afuera, por ahí pasa alguno que nos lleve.

   Había una cortina de tiras negras, las atravesé en vuelo y debo haber meado dos litros y lo segundo también. Eran letrinas con mosaicos de dibujos arbitrarios, miré el techo cubierto de moscas, mi entrada las movilizó y comenzaron a rodearme. Algunas me decían cosas al oído, otras se posaron donde debía limpiarme. Pegué un grito desesperado, entró el Flaco corriendo.

   —Hay cortinas de moscas. ¿Qué hago?

   Me dio furia:

   —Espantalas.

   —No puedo, son millones, no me dejan.

   —¡¿Cómo no te dejan boludo?! Son moscas, espantalas con el sombrero.

   No me quiso asustar, pero habían formado una pared dura, como cemento armado. Y pobrecita yo encerrada, decía algo, pero  no le entendía. Las moscas me invadieron el interior de la boca. Salió de una nube de tierra un Lamborghini cuatro puertas y tocó bocina.

   Escuché poco, las mosconas me pusieron huevos en los oídos.

   —Dejá Flaco, yo tengo una maza.

   Le dio con todo, logré pasar por el agujero y me encerró en una bolsa de arpillera plástica. Tenía una fuerza descomunal, me tiró en la parte posterior y el flaco iba de copiloto.

   —Chicos, si me perdonan, abro todas las ventanillas, prendo el aire, le doy al acelerador a fondo, está lleno de moscas de letrina. Disculpá, flaca, pero el olor a mierda me asfixia.

   El aire y la velocidad disminuyó la población, estaban pero no jodían.

   Cuando el olor se hizo insostenible:

—¡Chicos! ─frenó de golpe─ por favor bajen, corran no sé, desaparezcan.

   El Flaco me sacó la bolsa y tuvimos que correr, largamos las mochilas porque nos seguían empecinadas con nuestros ojos, las piernas, los brazos, algunas parecían quedarse a vivir en cuanto orificio teníamos. Llegamos al Palmar de Entre Ríos, nos acostamos en el agua, quitamos las más insufribles, no se iban, eran anfibias las muy putas, salimos del agua corriendo y seguimos y seguimos. Nos dimos vuelta y vimos un tornado de moscas que se disponían a remontarnos.

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