lunes, 21 de marzo de 2022

SOLEDAD CONECTADA

 

   Establecía conversaciones con los muebles, el lavarropas, la secadora, las ventanas. Mirando al sur descansaba de protestar, elogiar, contarle cosas íntimas al retrato de sus Padres.

   —Buenos días, voy a meter la ropa en el lavarropas, espero que no me traiciones con las manchas perennes y sonidos que se escuchan anunciando que tengo que comprar otro.

   Ese día salió la ropa impecable, el lavarropas le contestó:

   —No vas a comprar otro porque para eso estoy yo. Usted es muy torpe conmigo, me enchufa y desenchufa como si estuviera haciendo puchero.

  Ella no sabía si entendió lo que le decía, tenían un idioma desconocido. Se comunicaban a cada rato. La estufa eléctrica ni siquiera funcionó. La cruzó enfrente:

   —Alguien te va a llevar.

   —Qué mal agradecida que es usted, hice lo que pude, me parece que usted misma apretaba los botoncitos de uno en uno, al final nada. ¿Quién me va a llevar?

   —Es cierto, soy torpe, tropecé con la aspiradora que rodó por la escalera de entrada. Me transformé en mala. Le grité de todo y estaba tan furiosa que fui a buscar los guantes de box de mi hijo, la cagué a trompadas.

   Salieron los vecinos que llamaron a la policía. El interrogatorio fue extenso, mientras ella le hablaba a la compu que tenían sobre la mesa:

   —Desde acá estoy muy bien, me siento protegida.

   Se acercó un funcionario militar, le hizo otro tipo de preguntas. Ella le contestaba a los botones dorados:

   —Qué suerte que los arrancaste, los milicos no me gustaban.

   Finalmente llamaron a una ambulancia mientras ella le hablaba a los picaportes, a las rejas, a la luneta trasera.

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