Queridos Hijos:
Recién volvíamos de la Isla, su madre parecía una aguaviva incrustada en la
cara. Roja que no se podía ni rozar porque gritaba, ella jamás levantaba la
voz. Igual fuimos muy felices en aquel bello y agreste lugar. Había tantas
mujeres que uno no sabía por dónde empezar a mirar. Vuestra madre quería
regresar a casa, decía que extrañaba y le parecía un infierno estar en este
lugar, con todo lo que tenía que lavar y limpiar. La sacudía pensando que tenía
pesadillas.
Me pidió un vaso
de agua o que la tapara con una sábana. Decía que el mar tiene sonido de
arrebatar y que los negros cuando caminan, dejan una brisa con mal olor. Hice
lo posible para que se divierta, le preparé la Cama Turca, le regalé serpientes
de chasco. Se enojaba mal, llevó mi valija al medio del mar y ahí se rió mucho,
diría demasiado. Pedí una torta por su Cumple y me la incrustó en la cara,
igual que en las películas, pero con las velas encendidas. Las heridas de mi
cara son quemaduras de tercer grado. Antes del último día dijo, con aire
distraído: “Dale, vamos a sentarnos aquí.”
Y yo, inocente, sin ver que era una parrilla
prendida, me senté. Mis testículos (perdón hijos por contarles algo tan
privado) quedaron reducidos a dos huevos fritos. Yo dejé de ser yo, la invité a
un happy hour. Tomé un tenedor, me puse de pie como para hacerle un mimo
cercano. Creo que mi tenedor lo clavé tantas veces, que murió de ensartes. Les
aclaro que vuestra finada madre los odió siempre. Estoy encerrado en una
cárcel, acá dicen que por 500.000 Euros, soy libre. ¿Podrán Uds encontrarse con
esa cifra? Un abrazo para todos, quiero que vengan pronto para darles el
pésame.

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