No daban ganas
de salir del agua. El sol lastimaba cruel. Venían los finos de Río, había que
vender.
Mis artesanías
les encantaban. Se hacían servir los idiotas, no bajaban de los autos, yo tenía
que caminar adoquines hirvientes y mostrar mis gracias.
Ella contó que
su padre trabajaba y vivía en Río, estaba con ellos de vacaciones. Un descanso
obligado, aseguró con ojos tristes. La invité a mi casa, agradeció pero
regresaba en el día. Argumenté que ése era el mejor lugar del mundo, no había
argentinos y se vivía con nada. La idea le gustó, pero no era lo suyo. La
acompañé hasta el micro desvencijado.
Después del
abrazo final, dijo que quería cambiar el mundo y una aldea de pescadores no le
servía. Meses más tarde, salió en el Journal do Brasil: “En un episodio
confuso…bla…bla…”. Sus ojos brillantes en la foto y ella en mi corazón, para
siempre.
Era domingo. No
trabajé. No pude. No quise.

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