Estaba triste de
tanto estar triste y eso me ponía más triste. Estacioné, no quise seguir, la
música del auto me llevaba, me hacía volar, después me depositó suave en mi
butaca. Se cortaron los armoniosos sonidos con una propaganda de salame.
Apagué justo
cuando los vi, era una pareja joven que caminaban simbiótico. Saqué la
filmadora y mis ojos fueron la lente. La chica se detuvo mirando las baldosas,
él caminó hasta el conteiner de una obra, tenía más basura que escombros. Metió
la mano varias veces, sacó un carrito de bebé, oxidado pero con ruedas, media
escalera partida y volvió con su mujer. Rodeaban el carrito con ternura, ella lo tomó de la manija y él depositó la
escalera partida. Caminaban despacio, ella se puso de perfil, tenía un melón en
la panza. Volví a manejar hasta otro conteiner donde había menos escombros que
bolsas de residuos. Pasó un señor planchado y peinado, algo encorvado, abrió
una bolsa y en su vieja bolsa depositó tres tomates, el más viejo lo dejó en la
cuneta, tres bananas que lo hicieron sonreír,
desde acá veo que son frescas y dos paltas. Siguió caminando más
erguido.
Recordé el
conteiner de la calle principal. Iba una anciana con cara de jubilada y vestida
de jubilada.
En una bolsa
abierta asomaban dos camperas que fueron azules y un guardapolvo a cuadros.
El camino de los
conteiners, era infinito y sus visitantes se multiplicaban. Trabajé una semana,
muchas veces soñaba que era escombros y las bolsas pesaban, no podía respirar.
A la filmación no le saqué ni agregué nada. Tengo un amigo telemático en
Toronto. Él y otras personas vieron el mediometraje. Me invitaron a tener una
charla con ellos, eran directores Overground
y tuve vergüenza.
Gracias a ellos
participé en el Festival de Toronto y gané el Primer Premio de Mediometraje
Testimonial.
Luego llegó el
Champán y una propuesta. Sucedía que en un lugar del primer mundo, como ellos,
iban incrementando conteiners con menos escombros que residuos. Querían que
filmara con toda libertad los conteiners de siete localidades. El tema era las
diferentes personas que tomaban elementos de las bolsas. Con mi anuencia,
pasaron ambos testimonios en Colegios y Universidades.
Mi regreso fue
notable, sobrevolando Buenos Aires no se veían ni edificios o autopistas, sólo
conteiners, la cifra se asemejaba al infinito y las personas que de ellos
vivían parecían hormigas resignadas, hacían fila. Pensé que la tristeza había
abandonado mi cabeza. Pero al ver aquello, por tristeza, compré un conteiner,
lo invertí y ahora es mi casa.

No hay comentarios:
Publicar un comentario