viernes, 25 de febrero de 2022

INVASIÓN CONTEINER

 

   Estaba triste de tanto estar triste y eso me ponía más triste. Estacioné, no quise seguir, la música del auto me llevaba, me hacía volar, después me depositó suave en mi butaca. Se cortaron los armoniosos sonidos con una propaganda de salame.

   Apagué justo cuando los vi, era una pareja joven que caminaban simbiótico. Saqué la filmadora y mis ojos fueron la lente. La chica se detuvo mirando las baldosas, él caminó hasta el conteiner de una obra, tenía más basura que escombros. Metió la mano varias veces, sacó un carrito de bebé, oxidado pero con ruedas, media escalera partida y volvió con su mujer. Rodeaban el carrito con ternura,  ella lo tomó de la manija y él depositó la escalera partida. Caminaban despacio, ella se puso de perfil, tenía un melón en la panza. Volví a manejar hasta otro conteiner donde había menos escombros que bolsas de residuos. Pasó un señor planchado y peinado, algo encorvado, abrió una bolsa y en su vieja bolsa depositó tres tomates, el más viejo lo dejó en la cuneta, tres bananas que lo hicieron sonreír,  desde acá veo que son frescas y dos paltas. Siguió caminando más erguido.

   Recordé el conteiner de la calle principal. Iba una anciana con cara de jubilada y vestida de jubilada.

   En una bolsa abierta asomaban dos camperas que fueron azules y un guardapolvo a cuadros.

   El camino de los conteiners, era infinito y sus visitantes se multiplicaban. Trabajé una semana, muchas veces soñaba que era escombros y las bolsas pesaban, no podía respirar. A la filmación no le saqué ni agregué nada. Tengo un amigo telemático en Toronto. Él y otras personas vieron el mediometraje. Me invitaron a tener una charla con ellos, eran directores Overground  y tuve vergüenza.

   Gracias a ellos participé en el Festival de Toronto y gané el Primer Premio de Mediometraje Testimonial.

   Luego llegó el Champán y una propuesta. Sucedía que en un lugar del primer mundo, como ellos, iban incrementando conteiners con menos escombros que residuos. Querían que filmara con toda libertad los conteiners de siete localidades. El tema era las diferentes personas que tomaban elementos de las bolsas. Con mi anuencia, pasaron ambos testimonios en Colegios y Universidades.

   Mi regreso fue notable, sobrevolando Buenos Aires no se veían ni edificios o autopistas, sólo conteiners, la cifra se asemejaba al infinito y las personas que de ellos vivían parecían hormigas resignadas, hacían fila. Pensé que la tristeza había abandonado mi cabeza. Pero al ver aquello, por tristeza, compré un conteiner, lo invertí y ahora es mi casa.

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