Cuando nos cruzamos puso un papel doblado en
diez pedacitos. Fui al baño para leerlo, me dio vergüenza lo que escribió. La
propuesta con letra manuscrita (que sabe pero no puede).
Debía encontrarme con él en su oficina
personal y despojada. Decía que yo le gustaba tanto que no lo dejaba dormir.
Tiré el papelito en el inodoro. Cuando llegué a mi escritorio me miraba todo el
tiempo. Me di cuenta por primera vez, que miraba siempre mis ojos y comencé a
mirar los suyos.
Cuando nos encontramos confesó que era
célibe, doce años menor que yo. Apenas me recibió, incrustó su cuerpo en el
mío, tuve tres orgasmos seguidos. Siempre terminaba afuera, salpicó las
paredes. Le pregunté por qué lo hacía así.
─Porque tengo miedo de dejarte embarazada. Te
pido que pases la lengua a mi semen y lo tragues.
Cada día me gustaba más y en el trabajo nos
rozábamos con cualquier excusa. Cuando quedábamos enfrentados en una puerta
angosta, él respiraba con ganas. A mí también me daban ganas. Él proponía que
nos encontráramos cada cuatro días, así nos calentábamos antes que sucediera.
Lo nuestro era puro sexo.
Pasé cuatro años y no me lo podía sacar de
encima. Nunca hablábamos, teníamos mejores cosas para hacer. Un día me pidió
que comprara ropa interior descarada, tipo prosti. Me asombró que llevara una
tijera. Cortó todos los elásticos de mi ropa, después me ató a la cama. Por un
momento le tuve miedo y le pedí por favor que me desatara. No quería, el muy
enfermo. Sus últimas acciones fueron castigarme con un látigo.
Renunció y se fue sin despedirse de nadie.
Hablé con su Madre por teléfono y nos charlamos todo:
─Siempre fue así, ahora que fue a vivir a
Irlanda ni me escribe ni me llama, desconozco su dirección. No te desesperes,
lo suyo no tiene remedio. Nunca me habló de vos. ¿Quién sos?
Y le corté.
A los dos meses apareció en mi vida un señor
francés. Lo conocí en un restaurante. Se acercó a mí, se arrodilló y pidió que
me casara con él. Estaba enterada, el franchute tenía mucho dinero y a mí el
dinero me puede. Nació un bebé y después otro. El primero era el vivo retrato
del que me dejó. Tiene un lugar definitivo en mi cabeza.
Hice el ADN de los dos. Tenía pelos de recuerdo
en un camafeo. Era su padre biológico. No sabía si avisarle o no. Un Padre
psicópata, consideré que era lo peor para mi hijo.
¿Cómo, si él siempre acababa afuera? Se descuidó el imbécil, pero sus
ojos en mi cadera, nunca podré olvidar.

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