jueves, 17 de febrero de 2022

CON OTRA PIEL

 

   El sueño me sigue como una droga, ante el miedo, el deber ser, el viaje, el espanto, la primera memoria, la Escuela.

   —Que vaya a la mañana, el día trae más concentración, es como inscribir el saber en páginas nuevas.

   Fue una agresión, la primera, despertar de noche, caminar despacio y asistir con ojos abiertos al izar la bandera, símbolo del odio a la esclavitud.

   Mi Abuela siempre supo, cuando me dejaban un mes en su casa, dormía hasta el mediodía y después del desayuno, podía seguir durmiendo.

   Mis otras Abuelas andaban en pantuflas para no alterar mi sueño. Cuando hablaban despacito me hacían cosquillas de acunar, para que siguiera durmiendo. La adolescencia, en su placer más alto, era que mis padres se ausentaran y dormir hasta las tres de la tarde. Había una Señora que trabajaba en casa, Dionisia:

   —Cuando regresen tus Padres, les diré que estudiaste hasta muy tarde y te agotó, caíste dormida en el sillón verde, yo te quité los zapatos.

   Cuando llegaba el testimonio nefasto del boletín, dijeron que era producto de dormir tanto. Los Profesores consideraban una virtud, que en lo más profundo del sueño, los mirara con ojos abiertos. Me llevaron a un Neurólogo loco, les aseguró que con un primer novio, se fugaría el sueño y permanecería diurna, despierta, bien despierta.

   —Doctor, ¿cuándo tendré novio?

   —Aparece sólo, te vas a dar cuenta, porque la adrenalina, la libido, las mariposas en la panza, el corazón que acelera sus latidos, cuando lo veas. Los primeros acercamientos, los besos, los abrazos, el placer de estar juntos, te llevarán a la cama y no para dormir, precisamente.

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