Y que la comida
y que las cacerolas, la ropa, los muebles, el piso y el cretino no dice ni mu.
Hace doce años que nos divorciamos, ¿Qué me va a decir? Nada. Ahora salgo con
tipos que conozco por internet, el martes pasado me encontré con Ceferino,
suerte que era para un café. Tenía una altura anormal de pie, yo le llegaba a
la bragueta, Ceferino miraba y ponía cara de pícaro. Me dio un asco.
Quedé con la
libido dormida, unos tres meses.
Seguí con mi
listado internetiano, noté que mis páginas parecían hackeadas, el celular
emitía una respiración que actuaba como fondo, en mis conversaciones privadas.
Sucedió lo mismo con el teléfono fijo, acá el fondo era un trac trac trac
lejano, yo hablaba sobre ese sonido.
Sentí invadida
mi intimidad. Ayer arreglé para comer con Gere. Habló él solo. De su madre y
qué buena y qué piola y qué inteligente y qué linda y… Le sugerí un encuentro
con su madre. Esa era la mujer de su vida. Con el agravante que me pareció
puto. Después de Gere seguí con mi libido funcionando. Pareció que la
intervención a mis teléfonos, se detuvo. Recibí un llamado de un tal Pichi:
—Te conozco de
hace mucho y vos también, estoy abajo del edificio ¿Me abrís?
Por curiosidad
bajé y sí, lo reconocí, la misma cara de cretino, pasó y fuimos a comer pizza.
Él no tenía nada para decir, yo tampoco. Con doce años uno se da cuenta que el
cretino es un perfecto desconocido.
No tenía razones
para permanecer en el lugar, dejé la pizza a medio terminar.
—No tengo para
pagar ─dijo el cretino.
Lo miré como a
un coso:
—Yo tampoco ─me
fui.
A las dos cuadras no daba más, entré a un Cine que ni sabía qué daban. Pero sí supe quién se sentó a mi lado. Dejé de mirar la peli porque me hacía mal, tanta sangre. Dediqué mi tiempo a mirar el perfil de mi vecino, me dio taquicardia, casi muero, le pregunté:
—¿Vos sos Ricardo Darín?
Él me extendió
la mano:
—¿Con quién
tengo el gusto?
Cuando terminó
el pelmazo, dijo:
—¿Querés tomar
un cafecito acá nomás?
Acepté y
enmudecí:
—¿Vos sabés que
después de ver una película necesito tomar un cafecito?
Le agradecí la
invitación y simulé un apuro inexistente, él también.
—Me voy en ese
taxi porque hay dos periodistas de la Revista Chusma, de esos que te preguntan
“¿Cómo te gusta el bife, término medio o bien cocido?”

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