—Y me dijeron
que sí, tenía tiempo de despedirme de mis personas más queridas, pero
separadas.
Me daban
inyecciones de morfina para poder soportar el dolor del cáncer. Me dieron siete
días, diez como mucho, lamentablemente no pudieron hacer nada. La primera
despedida fue a mi Madre, nos dimos un abrazo encerrado, pero nadie lloró.
Mi hermano fue
la otra visita, ni bien me vio dijo:
—No, por favor,
no te mueras, sos mi único socio y si vos te morís, el que va a ir en cana voy
a ser yo.
Después vino
Coco:
—Añares, pichón
¿cómo podés andar así?
Al siguiente día
le tocó a mi Padre:
—No sabés cómo
lo siento, tan joven.
Me daba por
muerto el desgraciado, ¿será mi Padre, después de todo?
Por la mañana
temprano llegó Vito, se sentó en la cama sin decir una palabra. Siguió sin
decir palabra alguna y se fue sin decir nada.
Ruque, mi
sobrina preferida:
—Gracias, Tío,
qué suerte que te vas. Alcanzá a llegar a tu testamento y me ponés como única
heredera de todas tus propiedades. Chuik.
El séptimo día
me otorgaron el beneficio de morirme. No iba a sentir ningún dolor, triple
inyección de morfina y tocaría el cielo con mis manos, mis brazos, mi panza, o
sea todo yo. No está tan mal.

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