Miraba las
personas como si fueran maniquíes, ni mi mujer ni yo queríamos esperar. —Saludá
a estas personas, Pachi, serán tus Papis en cuanto tengan los papeles.
Pachi miró como
si fueran maniquíes. —Mis Papis murieron en el incendio, mientras yo pescaba en
la laguna. Estos no son mis Padres, son gente que no puede tener hijos, eso me
explicó la Psicóloga.
Pude ver a mi
mujer, tratando de acariciar el pelo de Pachi. —No me toque, Ud no es mi Mamá,
ella sí podía, hasta que murió. Búsquense otro, que a ellos les da lo mismo,
bien contentos se pondrían. A los siete años no los quiere nadie.
Se escapó de
menores, corrió hasta caer agotado. Se le gastaron las suelas de las zapatillas
pero no le importó. Llegó a su casa en ruinas, agarró un carbón del piso y
escribió en una baldosa quebrada al medio: “Mami y Papi, los quiero, por si me
olvidaron, soy Pachi”. Se ausentó de
sí y dormía entre tres paredes sin techo, aledañas a su ex-casa. Recorrimos con
mi mujer el lugar del incendio. Fue en silencio, con el relato del niño, dentro
nuestro. —Tiene que haber algo, no se puede volar como un pañuelo de papel.-Dijo
ella, antes de descubrir el horror, a pocos metros-.
Pachi agonizaba
y los vio, no quiso pedir ayuda, miraba como un viejo que había vivido todo.
Estuvo inconsciente algunos días. Los Médicos, que suelen ser freezer,
recomendaron mucha ternura, mucho amor y hablarle despacio aunque pareciera
dormido.
Nosotros nos
turnábamos en las vigilias. Ni nuestra relación tuvo tanta entrega.
—Hace unas horas
me desperté y nadie se dio cuenta, no tengo ganas de nada, pero me gustaron
mucho los cuentos que escuché, lejos muy lejos. Voy a vivir con ustedes,
necesito que respeten este dolor que no cierra.
Ella le mostró
una varita, con una estrella de cuatro notas.
—Cuando quieras cualquier
cosa, de todas las cosas, hacé sonar la estrella y allí estaremos.

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