Se escondían
adentro del ropero y se escuchaba: —Ahora mostrame vos.
Y la otra
contestaba: —Bueno, pero vos primero, me mostraste apenas.
—Ji ji ji.-Eran
las voces de mi primo y de mi hermana. Abrí el ropero y los encontré en una
postura extraña-. —¿Me puedo sumar al grupo?
Fui recibido tan
enseguida que me tomaron de las manos y las patas. —Ay, tocame.-Dijo mi primo-.
Mientras mi
hermana decía que eso hacían los putos, nos pasamos la lengua por todo el
cuerpo. —¡Esto es estar caliente! -Gritaba mi hermana que es una guarra-.
El tríptico nos
enredó piernas, cabezas y manos. Éramos un futbol cinco. Mi madre pasó justo la
aspiradora y salimos rodando del ropero.
—Son unos
degenerados, cuando venga Papi, agárrense, mejor dicho suéltense, yo los ayudo,
esto es un nudo gordiano, por suerte son flexibles. Ahora se van a bañar de a
uno, se ponen los piyamas y se van a dormir, cada uno en su cuarto. Sin comer.
En mitad de la
noche nos reunimos todos, muertos de miedo, había ruidos como si alguien
construyera aparatos de tortura, que ejercerían al día siguiente con nosotros.
Los ruidos se apaciguaron y se escucharon gemidos de dolor:
—¡Ay no, no, por
ahí no!
Era la voz de
Mamá, luego: —Dale, dale, lugar es lo que sobra.-Eso lo decía Papá-.
Abrimos la
puerta pensando en ladrones, que les estaban haciendo mal, o bien. Mucho no se
entendía. Ellos que tanto vigilaban nuestra pubertad en ascenso, para que no
ascendiera. Estaban haciendo la porquería, que jamás hubiéramos imaginado. Mi
primo, agrandado como galleta en el agua, bajó a desayunar con mis Padres. Les
dio un beso a cada uno, no sé cómo pudo, y dijo: —¿Qué tal anoche, ché? ¿La
pasaron bien?, no teman, íbamos a llamar a la Federica y nos dio pena, si la
pasan bien haciendo porno explícito, Uds sabrán.

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