miércoles, 5 de junio de 2019

EL JOVEN DEL PUENTE



   Por la mirilla vio que eran dos policías. Abrió de inmediato, no había dormido. Él desapareció la tarde anterior buscando cigarrillos. A la mujer le dio cierto contento, que no encontrara tan sólo un pucho.
   Él se fue sin decir. Ella sonrió, sin un peso no podía comprar. Lo espió corriendo la cortina, le pareció tan lindo, alto, flaco y caminando a tientas hacia el puente, donde todas las mañanas, era su costumbre.
   —Te vas siempre con un pucho en la mano.
   Él miró con ojos ausentes.
   —Vas a encontrar un trabajo que te guste, hay quien permanece en un laburo, años. Mirá yo. No llevamos una vida de ricos, pero sí digna. Tenele paciencia al tiempo que transcurre, mirá los barcos del Riachuelo, parece que Quinquela estuviera vivo proyectando otra forma del agua. No quiero molestar, después de tu paseo no me olvides y volvé.
   Desapareció mirando el mundo. —Todavía hay belleza repartida. Esperá que terminé tu gorro azul, abriga para meditar en el recodo que elegís, siempre el mismo.
   —¿Sra Brassens? Si nos permite, queremos hablar con Ud…
   Ella pensó en una borrachera, tal vez una pelea…
   —Pasen, por favor. Hace un frío polar.
   El más viejo usó las palabras que pudo, cuidadosas. —Hoy encontramos el cuerpo de un hombre, flotando en el río, apretando fuerte este gorro y un cigarrillo.-Se lo mostraron-.
   La mujer, impasible, reconoció el gorro y preguntó dónde, cuándo, cómo y otros detalles que pregunta la angustia.
   —Llevaba en su bolsillo derecho, este documento, René Brassens y responde a esta dirección.
   Ella perdió el color y gritó con odio: —¡¡Fuera de esta casa!! Yo sé que él va a volver, seguro. 

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