Por la mirilla
vio que eran dos policías. Abrió de inmediato, no había dormido. Él desapareció
la tarde anterior buscando cigarrillos. A la mujer le dio cierto contento, que
no encontrara tan sólo un pucho.
Él se fue sin
decir. Ella sonrió, sin un peso no podía comprar. Lo espió corriendo la
cortina, le pareció tan lindo, alto, flaco y caminando a tientas hacia el
puente, donde todas las mañanas, era su costumbre.
—Te vas siempre
con un pucho en la mano.
Él miró con ojos
ausentes.
—Vas a encontrar
un trabajo que te guste, hay quien permanece en un laburo, años. Mirá yo. No
llevamos una vida de ricos, pero sí digna. Tenele paciencia al tiempo que
transcurre, mirá los barcos del Riachuelo, parece que Quinquela estuviera vivo
proyectando otra forma del agua. No quiero molestar, después de tu paseo no me
olvides y volvé.
Desapareció
mirando el mundo. —Todavía hay belleza repartida. Esperá que terminé tu gorro
azul, abriga para meditar en el recodo que elegís, siempre el mismo.
—¿Sra Brassens?
Si nos permite, queremos hablar con Ud…
Ella pensó en
una borrachera, tal vez una pelea…
—Pasen, por
favor. Hace un frío polar.
El más viejo usó
las palabras que pudo, cuidadosas. —Hoy encontramos el cuerpo de un hombre,
flotando en el río, apretando fuerte este gorro y un cigarrillo.-Se lo
mostraron-.
La mujer,
impasible, reconoció el gorro y preguntó dónde, cuándo, cómo y otros detalles
que pregunta la angustia.
—Llevaba en su
bolsillo derecho, este documento, René Brassens y responde a esta dirección.
Ella perdió el
color y gritó con odio: —¡¡Fuera de esta casa!! Yo sé que él va a volver,
seguro.

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