La hicieron
salir del cuarto. Ella escuchó ruidos de vidrios rotos y algo de metal que
golpeó el piso, debieron ser las mangueras, tres Médicos nerviosos.
—Tenele las
piernas, vos los brazos.
—Yo le mantengo la lengua.
Las Enfermeras
del piso corrían con inyecciones, rodaba una máquina.
Ella preguntaba:
—¿Qué pasa?
Una Enfermera la
empujó contra la pared.
—Lo que tenía que pasar, éste es el último lugar. ¿Vos
sos la Esposa?
No supo qué
contestar. —Vivimos juntos.
La Enfermera le
acarició el pelo. —Ya viene el Médico que te va a explicar, sentate en esta
butaca y respirá hondo.
¿Qué iba a
respirar? El olor del Hospital le dio náuseas, se preguntó por qué el Medico
tardaba.
—¿Vos tenés
algún familiar que pueda venir?
Ella pensó en mil caras, pero la más cerca
vivía a cuatro cuadras, para Buenos Aires son ocho y la Tía usaba bastón. —¡¿Por
qué tiene que venir alguien. Eh, por qué?!
La Enfermera
contestó: —No grites, hay otros enfermos, es para que te acompañe alguien, escribime
el teléfono aquí, yo me encargo. Vos estás con baja presión y el pulso…mirá,
justo viene.
Le dio ilusión,
el Medico le sonreía. —Mire Sra, hicimos lo posible y…
—¡Ya sé, lo
salvaron!-Dijo ella-.
El Doctor la
abrazó y sus palabras la hicieron gritar, mientras le daba trompadas en el
pecho al Médico. Miró el cristal al fondo del pasillo. Corrió. Como un milagro
quedó su silueta.
Ella, once pisos
más abajo.

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