martes, 11 de junio de 2019

CASI UNA NIÑA



   La hicieron salir del cuarto. Ella escuchó ruidos de vidrios rotos y algo de metal que golpeó el piso, debieron ser las mangueras, tres Médicos nerviosos.
   —Tenele las piernas, vos los brazos.
   —Yo le mantengo la lengua.
   Las Enfermeras del piso corrían con inyecciones, rodaba una máquina.
   Ella preguntaba: —¿Qué pasa?
   Una Enfermera la empujó contra la pared.
    —Lo que tenía que pasar, éste es el último lugar. ¿Vos sos la Esposa?
   No supo qué contestar. —Vivimos juntos.
   La Enfermera le acarició el pelo. —Ya viene el Médico que te va a explicar, sentate en esta butaca y respirá hondo.
   ¿Qué iba a respirar? El olor del Hospital le dio náuseas, se preguntó por qué el Medico tardaba.
   —¿Vos tenés algún familiar que pueda venir?
  Ella pensó en mil caras, pero la más cerca vivía a cuatro cuadras, para Buenos Aires son ocho y la Tía usaba bastón. —¡¿Por qué tiene que venir alguien. Eh, por qué?!
   La Enfermera contestó: —No grites, hay otros enfermos, es para que te acompañe alguien, escribime el teléfono aquí, yo me encargo. Vos estás con baja presión y el pulso…mirá, justo viene.
   Le dio ilusión, el Medico le sonreía. —Mire Sra, hicimos lo posible y…
   —¡Ya sé, lo salvaron!-Dijo ella-.
   El Doctor la abrazó y sus palabras la hicieron gritar, mientras le daba trompadas en el pecho al Médico. Miró el cristal al fondo del pasillo. Corrió. Como un milagro quedó su silueta.
   Ella, once pisos más abajo.

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