miércoles, 6 de septiembre de 2017

LA PENDIENTE DE SUS OJOS


   Fina, hermosa mujer, casada con un viejo que conservaba rasgos regulares y ojos de mar eterno. Peinaba canas, pero su cabellera lacia y abundante era envidiada por los jóvenes. Pietro era incondicional con su mujer, postergar el deseo de ser padre lo sumía en desesperación y tenía la lucidez que los años transcurrían. Fina no tenía ninguna premura, postergaba su maternidad con la avaricia del ególatra superficial.
   No quería que su cintura de avispeta engrosara y sus tetas modificaran la ubicación perfecta que la envanecía. Fina era fina y requerida por gentes finísimas. Cuando notó que Pietro era una pieza codiciada, hasta por sus propias amigas y percibió que su marido encontraba exagerada predilección por una de ellas, decidió tener un hijo, quedó embarazada. Cuando a puerta cerrada miraba al espejo, odiaba a Pietro por dejarla en aquel estado, grueso, ordinario. Mientras el padre estaba exultante, desde el día que Fina tuvo que abandonar su cinturón predilecto por exigencia del crecimiento abdominal, mientras él besaba y acariciaba aquella promesa.
   Parió, Fina, una niña sana pero nada agraciada. La cabecita era ahuevada y la pendiente de sus ojos impedía vislumbrar el color y la mirada. Resultó menuda, con brazos y piernas cortas.
   Fina la cubría con envoltorios puntillados en exceso, para que nadie notara lo que ella sentía una desgracia. Cambiaba sus pañales en una mesa alta, para no encorvar su espalda. No la amamantó para no deformar sus tetas nacaradas. La bautizaron con el nombre de Abigail, todos le decían Abi, eran tiempos de reducir los nombres originarios. Pietro se encargó de conseguir una Nana para Abi. La madre, a medida que recuperaba su figura anterior, se alejaba de la niña. Olvidaba el beso de las buenas noches, buenos días y llegó a olvidar dónde y con quién se encontraba Abi. Ella jugaba al bridge, a la canasta, al croquet, con amigos y amigas que empalagaban sus oídos, la volvían cada día más estúpida. Pietro esperaba paciente que su mujer recuperara sus obligaciones de madre.
   No pudo ser, Fina rogó a Pietro le dejara hacer un viaje a Oriente, para reponer su tardía depresión pos parto.
   Él le extendió un cheque en blanco y abrazado a la niña vio cómo Fina partía, sin dar vuelta la cabeza para un último saludo.
   Pietro, pasada una década, se casó con la Nana, amante incondicional. Abi le decía “Mami”.
   Lo último que supieron de Fina es que vivía en Emiratos Árabes. Cubierta con envoltorios puntillados en exceso, una camioneta de guerra le pasó por encima, sintiendo alguna imperfección en la arena. 
                             

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