Fina, hermosa
mujer, casada con un viejo que conservaba rasgos regulares y ojos de mar
eterno. Peinaba canas, pero su cabellera lacia y abundante era envidiada por
los jóvenes. Pietro era incondicional con su mujer, postergar el deseo de ser
padre lo sumía en desesperación y tenía la lucidez que los años transcurrían.
Fina no tenía ninguna premura, postergaba su maternidad con la avaricia del
ególatra superficial.
No quería que su
cintura de avispeta engrosara y sus tetas modificaran la ubicación perfecta que
la envanecía. Fina era fina y requerida por gentes finísimas. Cuando notó que
Pietro era una pieza codiciada, hasta por sus propias amigas y percibió que su
marido encontraba exagerada predilección por una de ellas, decidió tener un
hijo, quedó embarazada. Cuando a puerta cerrada miraba al espejo, odiaba a
Pietro por dejarla en aquel estado, grueso, ordinario. Mientras el padre estaba
exultante, desde el día que Fina tuvo que abandonar su cinturón predilecto por
exigencia del crecimiento abdominal, mientras él besaba y acariciaba aquella
promesa.
Parió, Fina, una
niña sana pero nada agraciada. La cabecita era ahuevada y la pendiente de sus
ojos impedía vislumbrar el color y la mirada. Resultó menuda, con brazos y
piernas cortas.
Fina la cubría
con envoltorios puntillados en exceso, para que nadie notara lo que ella sentía
una desgracia. Cambiaba sus pañales en una mesa alta, para no encorvar su
espalda. No la amamantó para no deformar sus tetas nacaradas. La bautizaron con
el nombre de Abigail, todos le decían Abi, eran tiempos de reducir los nombres
originarios. Pietro se encargó de conseguir una Nana para Abi. La madre, a
medida que recuperaba su figura anterior, se alejaba de la niña. Olvidaba el
beso de las buenas noches, buenos días y llegó a olvidar dónde y con quién se
encontraba Abi. Ella jugaba al bridge, a la canasta, al croquet, con amigos y
amigas que empalagaban sus oídos, la volvían cada día más estúpida. Pietro
esperaba paciente que su mujer recuperara sus obligaciones de madre.
No pudo ser,
Fina rogó a Pietro le dejara hacer un viaje a Oriente, para reponer su tardía
depresión pos parto.
Él le extendió
un cheque en blanco y abrazado a la niña vio cómo Fina partía, sin dar vuelta
la cabeza para un último saludo.
Pietro, pasada
una década, se casó con la Nana, amante incondicional. Abi le decía “Mami”.
Lo último que
supieron de Fina es que vivía en Emiratos Árabes. Cubierta con envoltorios
puntillados en exceso, una camioneta de guerra le pasó por encima, sintiendo
alguna imperfección en la arena. 
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