sábado, 23 de septiembre de 2017

RESACA


   Rondaban los cuarenta. Se conocían del edificio que habitaban, sólo mujeres y ancianas. Hasta la Portería la maneja una mujer fisgona, de gesto amargo. Tiene sus razones, su marido y sus dos hijos murieron cuando se desprendió el ascensor del piso dieciocho.
   Seis de las cuarentonas se reunían en alguno de los pisos, grandes en exceso para una sola persona. La primera vez fue en lo de Obdulia, empieza con una charla tan normal que da sueño, terminó con un pedo general de pisco, aguardiente, ron, vino del barato y del caro. Las ropas pacatas desprendieron sus botones y las faldas trepan a sus cabezas. Cada mujer cuenta su historia, más patética que las otras, se ríen tanto que ponen música y bailan cada histeria, rompiendo todas las copas, sin servilletas amortiguantes. Se despiden con nombres cambiados, dejando huellas de sangre de pies lastimados. Cada una se lleva media mema de vino, tomada del pico.
   La Portera, acostumbrada a la desgracia, cuando descubre las pisadas de sangre y algún calzón colgando de la baranda, o un zapato atascado en una puerta, llamó al 911. Pasan cuatro horas y los Malchicos no vinieron. Es fregona la Portera y fóbica, limpia las manchas de sangre, mete en un quematuti el calzón y el zapato, lustra los goznes de las puertas de cada piso y por último encera.
   Cuando llega la Policía, junto a los Peritos, los Fiscales, los Abogados de parte, Jueces sobreados y cámaras de Televisión. A la Portera que los recibió, la hacen a un lado y queda sentada en el piso. Durante el recorrido no encuentran mácula de ningún tipo, ni tipa, en ningún piso. Parecía un edificio dónde no viviera nadie.
   Se retiran en amargo montón, con bronca y en silencio, tal es la frustración. Alguien alza la voz y dice: —Al final, en esta ciudad de mierda, nunca pasa nada.
   —Yo lo que no sé,-reflexiona un Juez, con voz papal-¿Con qué carajo vamos a rellenar los diarios mañana? 
                        

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