domingo, 10 de septiembre de 2017

LA SUTILEZA DEL CAMELLO

                           
   Tengo una amiga loca y audaz, perdí el laburo y Quintina con esa sinceridad agobiante dijo: —Ni te molestes en buscar otro porque no hay, vamos al Sahara que es uno de los pocos lugares que me falta conocer, yo invito.
   Me pidió que llevara una mochila chica, —No se necesita mucho para el calor del desierto, los bultos joden, Adela, te noto depre, como siempre, bah.
   Me llevó como barrilete, despegar y decolar siete veces, para ahorrar, según Quintina. Una pijotera, no sé cómo pero guita le sobra. Cuando por fin llegamos, comprendí al personaje de Camus, el sol lastimaba y Quintina despertaba mi instinto asesino. Ignoraba que semejante desierto tuviera asfalto, estaciones de servicio, cuatriciclos, chicos gritones. Quintina eligió camellos, pagó un fangote pero era una delicia, el silencio y los ojos carbones de los arábigos. Clovis, el más joven, con sutileza y respeto me cubrió con una tela blanca y señalaba lugares interesantes en un británico que yo entendía. Como era de esperar, Quintina moría por el más joven, la caradura me pidió que no le diera bola, —Sé buena, Adela, intuyo un amante exquisito y novel, lo quiero esta noche.
   Me dio vergüenza ajena, pero acaté sus deseos. Pasamos noche en un oasis de mentira, un spa que no permitía camelleros dentro.
   Ella se ingenió para que Clovis entrara sin ser percibido. Teníamos habitaciones separadas contiguas. Puse música al mango, porque sabía de los gemidos exagerados y gritos histéricos de Quintina en esas ocasiones. Me derrumbé en la cama austera, nunca imaginé que una hoja de palmera, casi entrando en mi ventana, contuviera una luna que sedara la vida. Entraba en trance cuando escuché tres golpecitos.
   —Disculpe Srta Adela, pero no me gusta que me manipulen…yo la prefiero a Ud, me gusta su voz suave, su piel suave…
   Pasé una noche que no tenía fin, no supe cómo había alguien sabio en el arte de disfrutar manso. Nuestros cuerpos crearon el amor durante una semana. —Adela, debo partir a Londres, deseo que vengas conmigo y luego Argentina.
   A esa altura yo dejé acontecer, me desafinó un poco…”luego Argentina…” Pero Clovis le ponía armonía al mundo.
   Me despedí de Quintina, ella me abrazó en la puerta de su dormitorio, a sus espaldas dos arábigos en su lecho, saludaron agotados, con sutileza y respeto.
                                                               

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