Los
meñiques reemplazaron las personas. Todo empezó con las ruedas que suplieron
las piernas. Los estómagos tomaron idénticas dimensiones que el tórax.
La ingesta cervezochatarra se ocupó de esta
transformación. El exceso de hacer, decir, pensar e imaginar todo lo que la
tecnolodeformación irradiaba por pantallas, auriculares y demás implementos
antihumanos, produjo la enanización neuronal y su reducción al punto que la
punta de un meñique encerraba los aparatos intelectuales de los individuos.
La meñiquización fue un fenómeno que nos dejó
globvandalizados, tanto los triste ferros como los lavaedros brotaron como el
musguito en las canteras. Las salivaderas bancarias volvieron a su función
original, escupir. Salivar, para el lector fino o esputar, para el lector
cafisho.
Otro fenómeno que produjo la meñiquización fue el cierre
de esfínteres colectivo. La libido se redujo al olvido, al igual que la necesidad
del alimento y su deposición posterior. Cerraron escuelas, universidades,
fábricas, lugares deportivos, bares restaurantes, privaditos, aeropuertos,
terminales, hospitales y todo tipo de socialización meñicosa. Quedaron las
estructuras, entre ellas las centrales nucleares. No faltó un meñique
descerebrado que apretó el botón. El resto del Universo lo festejó. Hubo una
mesa de negociación interplanetaria, donde concluyeron que el espacio que
dejara la tierra, quedara libre para fijar en la memoria de los otros
universos, lo que no debe hacer un planeta.
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