—¿Cómo no se te
ocurre?
Tuve la mala
idea de contarle el comienzo…”En una isla, un sacerdote católico, un
protestante y un ateo, departían acerca de la idea de Dios, luego de un
naufragio de tres días”…no sé cómo seguir si es una discusión, o una charla de
intercambio teológico o se hacen amigos… La estúpida de Esther, siempre fue
estúpida, pero buena como una semilla de lino, dijo: —Ponele que se hacen
putos, se olvidan de Dios y bailan requetón.
Y yo, que me
contagio enseguida, le pregunto:
—¿Y qué hago con el ateo que se copa con ser
antagonista de los creyentes?
Se pone bizca
cuando sabe menos que nunca, no puede hacer foco, pero te ayuda, es buena, le
pone garra. —Pensá que deben tener la piel toda arrugadita, tanto estar en el
agua.
Algo menor se me
ocurrió: “No tenemos agua potable, pero sí cocos, que tienen agua más sana que
la de Obras Sanitarias, o los botellones.” Dice el ateo, que tiene incorporada
la cultura de la calle, o de la isla. El chupavelas agrega: “Yo como católico,
voy a rezar en cuclillas para que nos encuentren pronto.” —Ves, acá me palmo.
¿Cómo sigo, Esther?
A ella le
vuelven los ojos a su lugar y acota:
—Vos bien sabés que soy judía, me sé la
Torá de memoria, los mandás a los tres a laTierra Prometida y los reciben con
los brazos abiertos, con tal de juntar más soldados, para borrar Palestina del
mapa, los aceptan con prepucio sin recortar y nariz respingona.
Es guarra,
Esther, tiene que escribir, a los lectores les va a encantar. Le tiro la idea,
dice:
—Sí, yo acepto, me gustaría vivir en Israel, voy con el cura que está
buenísimo…
Le pregunto: —¿Y
cómo sabés que está bueno?
Contesta muy
suelta de Torá: —A mí, el sabor del escroto me puede. 
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