viernes, 1 de septiembre de 2017

MALA LECHE


   Su vista de privilegio permitía que de niña, Otila contara cuántos granos de sal le ponía el abuelo a la sopa. Cosa que al viejo le prohibieron por su presión alta y sus cuatro ACV consecutivos, de los cuales salió airoso. Otila corría a decir su padre. 
—El abuelo echó doscientos cincuenta granitos de sal en ese brebaje inmundo llamado sopa.
   Con las moscas le sucedía igual, si alguna se posaba en la mesa, contaba sus patitas, la cifra exacta se reducía por sobrevivir a la guerra con palmetas. Sabía cuántas patas de gallo tenía su madre, de sólo verla cruzar con el plumero. 
—Mami, tenés dos patas de gallo nuevas, ahora son cuatro.
   La madre, con desesperación le cerraba la puerta en la cara y corría a ponerse cremas.
   Otila se aburrió de los cálculos cuando notó que sus aciertos disminuían. La llevaron al oculista y sus dioptrías, lejos o cerca, necesitaron el uso de anteojos. Ella no soportó portar sobre la nariz el peso del nuevo beneficio que sintió maléfico. Luego de dos horas se los quitó con fastidio y los enterró en una maceta.
   Comenzó a ver fuera de foco y le dio al mundo una lectura diferente, que produjo sorpresas, como ver a su madre hecha una pendeja y al abuelo, muy joven para morir así de pronto. Otila se miraba en los espejos, con aberración esférica, eran sus predilectos, elegía ser gorda o flaca según la ocasión. Cuando todas sus amigas se casaron, la tristeza convirtió lo que la rodeaba en contornos fluo. Y la libido se le despertó expansionista. Saciaba sus deseos con los maridos de sus amigas.
   Lo prohibido le otorgaba más satisfacciones de las esperadas. Su madre ignoraba la vida secreta de su hija. —Otila, creo que un novio te vendría muy bien, llegaron tus treinta, después aparecen tipos de oferta, que son un oprobio.
   Se casó con un dueño de varios lotes de vacas lecheras. Para la ocasión eligió un vestido blanco con manchas negras, estilo Holando. La abuela le regaló el cinturón de su boda, su hermana le apoyó un pie en el trasero, para que cerrara en el primer agujerito. El hacendado, de catarro agarrado, la llevó de luna de miel a Punta Lara, en su vieja camioneta destartalada. Chocaron en la primer rotonda, el novio murió instantáneo.
   Acudieron los padres de inmediato, el padre logró articular —¡Qué mala leche!
   Otila pensaba en llegar cuanto antes a la city, para reorganizar su agenda de encuentros pasionales con los maridos de sus amigas. 
                                                                

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