Petra, Chichi,
Bambú y yo pusimos un Bar de comidas y bebidas. Nos fuimos a India y paramos en
Goa, lugar de hippones en los setenta, al terminar la década se transformó en
un lugar exclusivo para conchetos. No se puede entender el viraje a Goa, sin antes
vivir en Ankara. Nuestro Bar cocinaba empanadas criollas en horno de barro.
Contrabandeamos dos cholitas indocumentadas y las disfrazamos con chunris de
estampados bolivianos para que no extrañen. Se bebían Vinos de Mendoza y
Pateros de La Balandra. Las únicas gaseosas que trabajamos son Mocoretá, Granulín,
Granadina y Cointreau gaseado. Escupíamos comida y bebida para darles un condimento
diferente. Indios y gringos nos hicieron propaganda boca a boca. Nosotros
servíamos en mesas enanas, con Saris traslúcidos, sin ropa interior y aberturas
estratégicas para mostrar nuestras gracias. Bambú transó con un indio que la
dejó boca abajo por tres días. Cuando logró reponerse juramos todas no sostener
relaciones clientelistas.
Evitamos
discusiones babilónicas entre Chichi y Petra que solían enamorarse de la misma
persona. Yo tenía intereses del orden de lo económico. El sexo siempre fue algo
terciario para mí. Nos reservamos el derecho de admisión de cualquier
argentino, resultaban quilomberos, ordinarios, que no favorecían nuestra
imagen. Tomábamos baños de mar con los saris puestos, por pudor. Cuando
entrábamos al negocio, con la ropa pegada, tanto las mujeres como los hombres,
ellos no hacen diferencias, se les caían cachos de empanadas por la boca y vino
por la nariz. Nos consideraban Diosas con touch prohibido. La gente rica no
toca dinero ni tarjetea, nos depositaban por la interhueva y nuestra economía
subía a pasos de gigante.
Las cholitas se
casaron con franceses ricos y boludos que las documentaron y demás. Cerramos el
negocio, viajamos a Irlanda, Rumania, Ucrania y Polonia. Tenemos amigos y
parientes, descansamos y les contamos episodios que les viroleaban los ojos. 
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