Le mentí al psi,
dije que estoy contenta, que con mi flia, cada día mejor, solucioné la no relación
con mi hijo. Mis cuentos se venden como pan caliente. Se alegró, me alegró que
se alegrara. Una sesión sin lágrimas histéricas. Salí mentida de mí misma.
Llevé la receta, volando, en una mano y la tarjeta de mi obra social apretada
en la teta que me duele. Miré vidrieras de cosas horribles, es un vicio, me
complace la ropa que atenta y agrede la estética del buen gusto elemental.
Morbo genético. Quito mi vista de las porquerías y miro hacia arriba las
cornisas antiguas y sus conejitos de colores. No existen, quedaban mal, “parecían
yuyos”, dijo un funcionario kagrasa, sus deseos fueron órdenes, por dos pesitos
los morochos arrancaron todas las flores. Escucho una voz tras de mí: —¡Sra! Ud
no se decide, camina del cordón de la vereda a la vidriera, o me hace creer que
se detiene. ¿Por dónde paso yo, eh?
Soy una persona
educada, pedí disculpas con mi estilo: —Decime, viejo choto ¡¿Vos pensás que
tengo ojos en culo?
Entré a la
farmacia, estaba la dueña, que es un amor y le cuento a los gritos el episodio.
Ella me toma la mano y dice en un murmullo: —¿Te enteraste? Yo no lo puedo creer.
Casi sin
respiración, porque los boludos te roban hasta el aire. —¿Qué pasó?
Y lo largó,
nomás: —Hay cada vez más ka.
Le contesté: —Si
viene alguno, decile que con kachorros no hablás y no le vendas un carajo.
—Sabés qué pasa,
nena, me quedo sin clientes.
Le mentí como al psi: —No te preocupes, que en
octubre, las guillotinas van a funcionar tiempo completo. No quedará ninguno en
pie. Ella es muy piadosa, no quiere sangre. Le conté que les van a inyectar un
coagulante, que les sobró a los nazis de los genocidios. Esa noche dormí como
un ángel.
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