jueves, 10 de marzo de 2016

BRRR BRRR BRRR


      Apareció un gato muy particular, le decíamos “el egipcio” por andar con el cuerpo de frente y la cabeza de perfil. Vivió en casa cinco años. Era trashumante, solía quedarse a dormir en casas del vecindario. No podía maullar, debido a la ausencia de cuerdas vocales. Le faltaba una oreja, que perdió en alguna batalla de los tejados.
   La pata izquierda delantera, la pisó una moto. El conductor era veterinario de animales pequeños, reconstruyó los huesos con titanio y el resultado fue óptimo. Imposible advertir cual era la pata herida.
   Su trashumancia lo llevó a la casa de enfrente. Tenían una cocinera satánica que cuando lo vio cerró la puerta, dejando la cola del egipcio a medio camino entre cortada y quebrada. Se la dejamos así y él estuvo de acuerdo. Para contestar, abría la boca de la cual no provenía ningún sonido.
   El jardinero, trabajando con un rastrillo, le quitó un ojo de un puntazo. El egipcio desapareció varios días, nos volvimos locos buscando el ojo faltante y no hubo nada que hacer. Quedó tuerto.
   Si el egipcio escribiera un libro se llamaría “Los pedazos que perdí”. Le hicimos un cuarto especial, con almohadones mullidos y piedritas en suite. El tipo se acomodó y ronroneaba. Nos asombramos, pensamos que alguna cuerda tenía. A la mañana siguiente no estaba.
   Su vida nómade era un reflejo de libertad.

   No lo favoreció su alzhéimer, caminó lejos y olvidó que aquí, era su casa. Volvió para Navidad. Ronroneó más fuerte que antes y se dirigió a sus aposentos. Mientras brindamos se escuchó una voz finita que gritó ¡Feliz Navidad! Provenía de la habitación del egipcio.

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