sábado, 3 de diciembre de 2022

TUPAC AMARU

   Pidió que me comprara ropa sexi. Le hacía el gusto en lo que fuera. Era un psicópata sádico y solitario. Me enamoré por presentimiento.

   Él tenía un no sé qué, una mirada en la mirada, me incluía sólo a mí. Yo le pertenecía si él quería. Cuando los deseos eran míos, desaparecía. Como si nunca. Hasta soñando lo veía de espaldas, yo en él dejaba de existir. Aquel día adquirí la ropa sexi. Me vendó los ojos y subimos al auto. Del asfalto citadino, al silencio del campo, había olor a ozono, se escuchó una voz sometida:  

   —Patrón, ahí le dejé la matera, blanqueada como lo ordenó. También conseguí la cama que habían dado de baja.

   Me llevó en sus brazos hasta un lugar con olor a recién pintado. Cuando quitó el pañuelo de mis ojos, vi una cama de bronce y un techo de paja con algunos intersticios de sol. Me iba a recostar.

   —Te necesito de pie, no tiene colchón, sólo elásticos de latón.

   Sacó de un cajón, pañuelos leves:

   —Desnudate, voy a colocarlos en partes de tu cuerpo y quiero que permanezcas en esas posturas, como si fueras una estatua.

   Me puso una mano en la cabeza, sosteniéndome el pelo, dejó la nuca desnuda, la otra mano en la cintura.

   —Esta mano la quiero suelta, liviana, la dirección apenas roza la ingle, separá las piernas, una con el pie en el piso y la otra con el pie clavado en el borde de la cama. Entorná los ojos y dejame hacer.

   Yo tenía la libido que se extendía por todos los poros, esperando con desesperación, que sucediera de una vez. Vi desnudo su cuerpo de guerrero brillante. Desplazó un pañuelo de seda por la nuca, extendió uno largo que me envolvía, pasando entre mis piernas. Dejó mi superficie cubierta de pañuelos y después tiró de las puntas y el placer llegó al cielo.

   Cuando rozó mi sexo deslizando el más suave de los pañuelos, me produjo un orgasmo que jamás había conocido, a él sólo lo percibí, cuando me pidió que me pusiera los vaqueros y la remera, estaba furioso, porque exigió que me tirara en los elásticos de metal, que los pañuelos irían atando los pies y las manos. Ahí salté como gato de pajonal y lo arañé de pies a cabeza.

   Me retrotrajo al siete de Abril de 1978, en escenas tal cual. Salí corriendo, subí a su auto, arranqué y por el espejo retrovisor, lo vi en pelotas, apoyando el brazo en la matera, fumando un cigarrillo, mirando al otro lado, como si no le importara nada. 

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