El accidente
ocurrió a trescientos kilómetros de Río.
Seguro que se pasaban la cachaça de uno a otro para combatir la boca
seca del charuto que escondía noctilucas. Bartu conducía, era el más viejo de
la tribu. Escribanos hartos del estudio compartido, decidieron visitar el mejor
lugar de la tierra, cuando Buzios era una aldeíta de costas recortadas y sin
nadie.
Tenía que viajar
el pariente más cercano de cada uno para el reconocimiento. De la familia fui
yo mismo, el Bartaburu del medio. ¿Porqué el del medio es el que hace los
mandados, hasta para ver si mi hermano muerto era el muerto? Mi primer viaje en
avión. Un jet de Varig, ni cuenta me di de la experiencia. Whisky tras whisky
me tranquilizaban del dolor y de la bronca. Cuando lo vi se me aflojaron las
piernas y en lugar de llorar me reí a carcajadas, no lo pude creer. Le habían
pintado la cara con una base marrón, mejillas rojas, los ojos cerrados,
pestañas largas postizas, la boca tenía rouge colorado y dibujada una sonrisa
de payaso. El pelo me mató, se lo habían teñido de azul francia, la cabeza
rodeada de tules amarillos y violetas. Las manos cruzaditas en el pecho, con
las uñas pintadas de rosa intenso. Así era la costumbre con los muertos allá en
Brasil, el país que más amaba Bartu. Tal vez para tapar el blanco que da la
parca. Salí del lugar y no podía parar aquella risa. Firmé los papeles y me
vine. Bartu venía con el equipaje de los vivos. Siempre decía que cuando
muriera hicieran una fiesta bien divertida, con música de Pink Floyd al mango,
Janis Joplin y que no faltara Vinicius.
Un infierno
aquel velorio, había tanta gente que faltaba un pucho más y todos moriríamos de
asfixia. Mi madre llevó la crema Pond’s en la cartera pero no pudo limpiar
nada, la pintura parecía definitiva. Mi tía Petete compró rosas blancas para
tapar un poco tanto grotesco. Pero el color de Bartu pudo más que todo. Le
salió bien, murió como quería, con amigos que lo vieron y lloraban de risa
hasta doblarse. Mi hermanito, el Bartaburu adolescente trajo el equipo y la
música, bien fuerte, echó a todos los viejos indignados. Cuando no dimos más, ocupamos los sillones
y ahí sí lloramos todos, eso estuvo de más, diría Bartu.
En medio de
aquel momento de comunión trágica, cayó el nabo de Pushkariov y dijo humedades,
como siempre. Se disculpó con todos por haber llegado tarde, le dio un beso en
la frente al Bartu y salió gritando que mi hermano era de mármol, más frío
todavía. Pushkariov entró en el baño de inmediato y lo escuchamos vomitar. Para
tapar el asco del imbécil pusimos música de nuevo, esta vez Bob Dylan, que nos
llevó soplando en el viento y pareció que Bartu estaba entre nosotros.

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