—¿Me indicás el jabón para lavar la ropa?
No me conoce,
soy nuevo.
—Mire Señora, se
removió todo el personal de góndolas y de cinco pasó a ser uno, que soy yo y
nuevo. Para la ropa, creo que en la tercer góndola, doblando a la derecha, en
el quinto estante, hay detergente tres por uno, cuyo uso es trificante, cocina,
baño y ropa. Hay clientas que se duchan con la ropa puesta y ahorran un montón
de tiempo y dinero, porque el nuevo detergente, todavía está en oferta.
A ver, las
esponjas de alambre estaban por aquí ¡ay, qué impresión! Son de alambre de púa.
Miro las instrucciones: “No solamente inspirada en la clásica de bronce, sino
que le arranca cualquier cascarria de su piel”, bueno lo recorto de mi compra.
Necesito un trapo de piso, tiene instrucciones: “Igual a los jeans con agujeros
de sus hijos, pero es más fuerte y al tener tantas perforaciones, le durará
toda la vida.” Yo no entiendo ¿No tienen nada normal acá?
—Muchacho, ¿hay
alguna oferta de pan?
Él la miró por
encima de la cabeza, era petisa la compradora.
—Si Ud quiere
del viejo, está siempre con los hongos tipo roquefort, dos productos en uno.
Sino, tiene el nuevo, que sale crudo, porque no tenemos más gas.
No, no, pan no
llevo, es un ahorro.
—Muchacho,
¿habrá galletitas para chicos, cuyo costo no sea alto?
El empleado
corrió hasta la entrada:
—Éstas son
ideales, hechas con restos de soja, teñidas con témpera marrón, llevan un
agujero al medio, para que los niños jueguen a mirarse, quedan convencidos que
son de chocolate.
La mujer llevó
cuatro paquetititos, porque tenía cuatro hijos.
Paso a los
fideos, que son prácticos, busco primera marca, no hay, segunda, no entregan y
“la tercera”: Fideos de la Concha, Made in Spain. Llevo dos paquetes para
probar, seguro que mi marido quedará encantado.
Compró medio
kilo de papas chusmas, llenas de ojitos y media zanahoria.
Iba a pasar de
largo la carnicería, pero vi un peceto que parecía decir: “Llevame, llévame,
hace tanto tiempo que estoy aquí, mirá cómo me quemé, estoy casi hecho”. Me dio
pena y lo llevé, hacía siglos que los chicos no probaban carne. Llegué a la
caja con mi carro semi vacío, no había nadie. Pensé en irme sin pagar y cuando
di el primer paso, apareció el muchacho.
—Soy el único
para sugerir, surtir las góndolas y cobrar, se cayó el sistema, así que el pago
lo hacemos manual, deme lo justo, porque aquí no damos vuelto.
Busqué en la
cartera y pagué la fortuna de cinco mil quinientos pesos, casi mi jubilación.
Me llevé el carro, de bronca y en mitad de camino, se partió de óxido, tuve que
juntar a mano mis compras. Con la mano y un brazo me alcanzó. Abro la puerta de
casa y encuentro cinco bocas abiertas, que ni me saludaron. Hice una sopa
rápida, con todas sus narices en torno la cacerola. Herví unos fideos que no
esperaron que se hicieran y los comieron semi crudos.
—Querida, sos
una genia, los fideos tienen gusto a pescado.
Me dio tanto
asco, que me acosté bajo el sauce, mientras masticaba hojitas de menta.

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