—Me abrazó y dijo que me quería. Había luna
llena.
No le voy a
contar lo otro. Porque Paula es chusma compulsiva y suele repartir lo peor de
uno mismo, me pregunta:
—¿Y vos te lo
creíste?
Se le frunció la
cara, hizo media sonrisa entre irónica y perversa, le dije:
—¿Vos te pensás
que soy boluda? No le creí ni el abrazo, ni que me quería, hasta resultó
molesto que su brazo derecho me impidió ver lo llena que estaba la luna.
A Paula se le
alisó la piel y sonrió verdadero:
—Por suerte a mí
no me pasan esas cosas, tengo ciento ochenta novios por Internet, todos
cariñosos, escriben acerca de mi cuerpo y cómo les gustaría, bueno, cómo les
gustaría. Vos me entendés.
Yo no le
entiendo nada, me dan ganas de decirle que se está perdiendo el mundo en nombre
de la tecnología, no quiero ser mala, le digo:
—Pau, ¿por qué
no hacés una cita a ciegas con uno? No los ciento ochenta, andá de a poco y
después ves.
Se tapa la cara
con el pelo, en voz baja asegura que va a probar, tal vez le va mejor que a mí.
Es un aparato Paula, pero le tengo piedad,
con la única persona que habla es conmigo, vive sola, mira tele la mitad del
día y luego se comunica con sus amigos internetianos. Come yogurt y manzana o
compra porquerías en el super. No tiende su cama jamás, opina que para qué, si
a la noche se va a acostar de nuevo.
Hace dos meses
que no tengo noticias de Pau. Me asusté, la llamé y quedamos en vernos:
—Salí con los
ciento ochenta, ninguno valió la pena. Mucho impotente, mucho burro bestia,
hubo dos o tres que me pegaron, si no fuera por el portero, oyendo mis gritos,
ahora estaría embarazada o muerta, quién sabe.
Le acaricié la
cabeza:
—¿Y?
Me contó que
vive con el portero, hacen el amor casi siempre y él cocina y tiende las camas:
—Tiré mi computadora a la basura, fue un alivio. Todavía no le dije, pero hace tres meses que no me viene. Hoy le cuento, tiene derecho.

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