Este fin de semana se va a Chávez. Un descanso para mí. Lo quiero, pero es mano larga, lo aguanto, no sé hasta cuando, mejor no pienso. Justo una milonga, mi hermana achicó y mis primas prefieren el boliche. Voy sola ¿y qué? Es temprano, le digo a la Coca y al Alberto, son buena gente y bailar les gusta, más al Alberto.
Contestaron que sí, nos vemos allá. El rojo,
el que no me deja poner él, dice que parezco un giro. Con el pelo negro suelto,
me tapo el escote, tiene un tajo que para milonga va cómodo. Ahí están la Coca
y Alberto.
Llevo las sandalias en una bolsita, me las
pongo ahí, son una tortura para venir de casa, las uso sólo para bailar. Éste
es el tema que quiero, nadie che, ni con cabeceo. Bueh, le pido a la Coca de
buen modo:
─¿Coca,
puedo sacar al Alberto para esta pieza, si no te molesta?
Me mira con bronca, el Alberto escuchó y se
abrochó el último botón del saco, juntando talones dispuestos. Antes del primer
paso, me dice la Coca:
─Decime negra de mierda, si querés un macho
para la milonga ¿por qué no te buscás uno soltero?
Me quedo helada y hasta vergüenza me hace
dar, no conocía esta faceta de la Coca. No me voy a quedar callada:
─Lo de
negra de mierda estuvo demás. Decías “no” y listo. Más que decente fui. El
Alberto me sacaba sin que te pidiera permiso, para que lo sepás.
Por suerte está el viejo, el que se baila
todo. Como a mí me gusta. Marca apenas y yo ya sé. Mi cuerpo sabe. No habla, se
entrega. Más que respetuoso conmigo y se banca mi torpeza. No sonríe, sé que le
caigo bien. Él es maestro de tango, me hace hacer firuletes ignorados. No me
fuerza, me vuela. Las parejas de alrededor se detienen y nos ceden el espacio.
Un círculo que recorremos, nos envolvemos, nos trepamos y nos enroscamos, me
ofrece una chaise-longue y me deposita leve como mariposa. Suelta mi mano
derecha para siempre y toma mi izquierda por un rato.
Terminamos juntos, exactos cual orgasmo
perfecto. Aplauso cerrado. Sin bronca la Coca grita:
─¡Bravo negra!
Y el Alberto se emociona.
Él se va a enterar, mejor no pienso.

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