Anda enojado el padrecito, en el sermón acusó gente con nombre y apellido. Se olvidó a qué iba y por dónde.
Yo lo esperé y
cuando terminó la misa le hablé de hombre a hombre o de pastor a curita. Le
pregunté si no estaba cansado por algo de nosotros. Me habló de la soledad de
la capilla, de lo lejos que vivíamos todos y de su lucha para seguir célibe en
el medio de las cabras. Cuando llegué a mi casa le hablé a la Malvina y le dije
que fuera a charlar con el padrecito, a darle alguna alegría. Soy el padre y sé
que ella se da con todos. Por decirlo con elegancia.
El domingo el
padrecito dio una misa linda, el sermón parecía de otra persona y cuando
terminó, nos apretó la mano a todos y dijo gracias.
Malvina nunca
volvió a nuestra casa, vive en la sacristía, se casó con el padrecito, tienen
dos críos.
Ahora las cabras
las cuido yo, quedé tan impresionado que no dejo que se les acerque ningún
hombre, menos si lleva sotana.

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