Quería dar una imagen monacal, rozando la monjez. Usaba jumper, camisa recién planchada, cerrada hasta el cuello, medias gruesas de muselina marrón y zapatos abotinados negros.
Una mantilla le
cubría la cabeza, infaltable el misal con el rosario dispuesto al rezo. No sólo
asistía a misa los domingos, los días de semana también.
Las personas que
iban, eran cada vez menos numerosas. A los casamientos sí, todos para chusmear
a la novia, el mismo comentario:
—Qué delicadito
el vestido.
Las solteronas
decían:
—¡Qué laburo
para el novio desabrochar tantos botoncitos!
Se informaron,
por películas, que había algunos que lo hacían con el vestido puesto.
La imagen
monacal pensaba que los casamientos eran pecado, ella no iba por temor al
castigo divino.
La más chusma
del lugar, la veía entrar a la Iglesia y salir luego de diez minutos, por
alguna de las puertas laterales. Entraba a la Sacristía sin llamar.
—Padre, lo que
usted me dijo ayer, no pude cumplirlo, sigo siendo virgen. El hombre que sería
de mi gusto, es Ud, Padre.
Él la miró como
si fuera la Virgen María.
—Desde que la
descubrí quise proponerle usar el confesionario, coger como novatos,
poniéndonos al día y dejarla embarazada.
La hizo pasar al
confesionario, estuvieron siete días, el séptimo era día de descanso, no lo
hicieron. Los feligreses de la primer misa del domingo, se quedaron sin
ceremonia ni bendiciones. La más chusma del lugar, juró sobre la Biblia, haber
visto a la mujer de imagen monacal, subir con el Sacerdote, a un Rolls Royce,
con florcitas, que les mandó como regalo, el Papa Pancho, desde Roma. El Santo
Padre guardó el secreto y cubrió el puesto libre, con un sacerdote recién
salido del Monasterio, bastante amanerado el joven. A nadie le inquietó,
estaban de moda los curas gay.

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